jueves, 29 de mayo de 2014

Mi imaginación

Mi imaginación y yo hoy estamos revoltosas. Por eso no me apetece cargar con lo establecido, con las normas, con las leyes, con los plazos. Hoy me apetece ser yo misma, ir contra todo y contra todos, ser un torbellino que revuelve todo a su paso. Por eso te miro, te desafío. Me levanto y te digo que paso, que no me apetece. Tú me miras, sin verme. Yo sigo ahí mirándote, de pie y tú vuelves a tu rutina. Me descolocas, me ciego, me enfado, estoy a punto de gritarte pero me freno antes, ¿qué te has creído, que no vas a hacerme caso? Intento nuevamente llamar tu atención, captar tu mirada, sentir la vida que hay tras ella. Una vez más el fracaso se presenta ante mí en forma de ausencia. Hoy busco guerra y no te encuentro. No encuentro tu mirada firme, seria, esa que me dice que me comporte, que ya sé lo que tengo que hacer. Esa que hace que el torbellino se convierta en brisa fresca, la que hace que me calme. En cambio ahora solo encuentro fuego, ganas de gritar, de gritarte. ¿Dónde estás? porque claramente aquí no, sino te vería, más bien te sentiría, no hubiera hecho falta ni siquiera que me levantara, me hubieras mirado antes, una simple advertencia y el viento hubiera amainado. Me hubiera centrado en hacer lo que me corresponde. En cambio te veo pero sé que no estás, ni siquiera te intuyo en la lejanía. Tecleas con desgana, inversamente proporcional a las ganas que se asoman en mis ojos, en mis gestos. Ganas de poner el mundo patas arriba, de gruñir, de ladrar si hace falta. Y tú en vez de apretar más la correa me desatas, me das la libertad para que vaya contra el mundo y me lo coma, y le gruña, y le ladre. Y entonces me descolocas. El torbellino me atrapa y me revuelve, me eleva y me deja caer tan rápido como me levantó. Y es entonces cuando me doy de bruces contra el suelo porque tu ya no estás, porque solo queda el vacío de tus ojos y el frío distante de tus labios. Ahora ya no estás, pero, ¿alguna vez estuviste? La caída duele pero no calma. Vuelve, hay algo en mí que todavía te necesita.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Vuelve

Te veo tumbada en el sofá, dormida, con la media sonrisa de los sueños, con la mano apoyada bajo tu cabeza. Sonrío. A medias. Miro a través de la ventana y apenas puedo ver el sol tras las nubes. ¿Qué pasó? ¿Qué hice mal? ¿Por qué el mundo gira tan deprisa? Preguntas sin respuesta, preguntas respondidas ya quizá, preguntas que no necesitan respuesta. Respuestas que ya cansan, respuestas que ya ni siquiera te crees. ¿Cuánto más? Quizá sea solo cuestión de dar. No puedes exigir lo que no das, pero ¿cuánto más hay que dar cuando ya lo has dado todo? Cuando es probable que no te quede nada más por dar. Cuando las sonrisas desaparecen y aparecen los reproches, los tú y los yo que sustituyen a un nosotros que nunca debió irse. ¿Donde se perdió? Quizá fue en tu mirada, o en la mía, quizá se perdió a través de la ventana, aquella que nos muestra el mismo cielo que nos une y que a la vez nos hace cada día estar más lejos. Te echo de menos. Vuelve.

El sofá sigue vacío una tarde más y tu recuerdo es un espejismo que se desvanece como el atardecer. Me siento solo. A medias. Se que mañana volveré a imaginarte, como cada tarde, que volverás a estar ahí por mi. Todo seguirá como cuando aún mirábamos en la misma dirección, cuando los días no dolían, cuando las tardes eran nuestras y no tuyas y mías, cuando una mirada decía más que una larga conversación. Duele. A medias.

Tu recuerdo sigue aquí, aunque tú y yo sabemos que no vas a volver.



miércoles, 2 de octubre de 2013

CuentaCuentos: "A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano" (2)

"A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano. Esa fue la primera excusa tonta que se me pasó por la cabeza para hablar contigo aquella tarde. Te había visto todos los días de aquella última semana. Utilizabas el parque como si fuera una biblioteca. Siempre con la vista fija en las palabras y la imaginación muy lejos de aquel lugar. Reconozco que no fui muy original pero tu sola presencia me nublaba la razón. Esa solo fue una primera vez de muchas. Mi imaginación siempre iba un paso por delante de la tuya. Intentaba sorprenderte en cada paso, en cada gesto, en cada mirada, en cada sonrisa. A partir de ese día me prometí que estaríamos siempre juntos.

Eras tan delicada como un cristal que parecía que estaba a punto de quebrarse pero que resistía estoicamente con una sonrisa en los labios. Esos labios suaves que dibujaban estrellas en mi cuerpo desnudo, que pronunciaban mi nombre y le daban sentido a mi vida. Los mismos que enmudecieron aquella fría mañana de abril después de que sonara el teléfono. La ilusión se asomaba a mis ojos a la vez que tu corazón se quebraba. Nos prometimos que nada cambiaría, que nuestra unión sería más fuerte que el destino que nos quería separar, nos prometimos un amor que fuera eterno, cuentos para poder dormir y abrazos para despertar. Nos prometimos tantas cosas que me cuesta recordarlas todas. Me prometí no olvidarte cuando intentabas disimular que te caías a pedazos mientras mi tren partía.

Tus cartas eran lo único que me mantenía con vida en la distancia. Tus cartas olían a ti, a los pastelitos de limón de las seis, a pasión, a felicidad. Las releía una y otra vez intentando que salieras de ellas y te materializaras. Cerraba los ojos y te imaginaba escribiéndolas, leyendo las que yo te mandaba, con la mirada perdida en el horizonte. Tu ultima carta me dejó roto. Roto por dentro, destrozado, roto por fuera, muerto. Cogí un papel y empecé a escribir, y escribí hasta que me dolieron las manos. Una carta tras otra sin obtener contestación ninguna. Mi cabeza giraba como una noria a toda velocidad intentando darle una explicación que se me negaba.

El tiempo me dio la perspectiva necesaria para entender tus actos. No habías podido soportar la distancia y habías encontrado a otra persona que te hacía sonreír como yo lo hice en su día. No te culpo. No fui capaz de darte lo que te merecías, te pido perdón. Dejé de escribirte, si estabas con alguien más no iba a ser yo el que te negara la felicidad que necesitabas. Esta será la última. Ni siquiera se si las lees o las tiras sin abrir. Solo tengo la necesidad de escribirte, de decirte que nunca habrá otra persona que pueda ocupar mi corazón porque tú nunca te irás de él. Dile que te cuide mucho, ya que yo ya no puedo.


Se feliz sin mi, siempre tuyo."


domingo, 29 de septiembre de 2013

CuentaCuentos: “A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano”

"A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano. Me lo enseñaste tú la primera vez que hablamos en aquel parque. Yo solía ir a leer allí y tú no tengo claro que hacías pero siempre acababas cruzándote en mi camino. Aquel día te decidiste a entablar conversación y me abriste un mundo nuevo, el cielo, las nubes, las estrellas. Se nos hizo tarde buscando el camino que nos llevara a la luna y acabamos buceando cada uno en los ojos del otro. A partir de ese día se sucedieron los encuentros, las charlas, ya no solo en el parque sino en alguna cafetería, dando un paseo, en cualquier plaza, en cualquier rincón. El amor nos encontró agarrados de la mano una tarde de muchas, ya no recuerdo si era verano o era invierno, silbabas una canción y envuelto en un halo de magia y misterio empezaste a  bailar conmigo en mitad de la calle. Yo reía mientras intentaba inútilmente no pisarte una y otra vez. Tú parecías no notarlo porque proseguías con el baile y la canción. Cuando te pareció oportuno, entre risas, dejaste de cantar pero tu mano ya no soltó la mía.

Ahí empezó nuestra historia, o quizá había empezado mucho tiempo atrás sin que nos diéramos cuenta. Fuimos dos locos enamorados que se descubrían cada día como si fuera la primera vez que se veían. Nuestros labios surcaron miles de caminos nuevos sobre nuestros cuerpos desnudos. Nos leímos como solo dos enamorados pueden llegar a leerse. Sin prisa, con atención, respetando cada punto y cada coma. Fuimos felices como nadie más podría llegar a serlo nunca. El destino, las circunstancias, puedo ponerle muchos nombres a algo que no se a ciencia cierta que fue, nos partió en dos aquella mañana. Una llamada por teléfono mientras desayunábamos. La posibilidad de empezar una vida nueva lejos de allí. Nos ilusionamos, soñamos despiertos, creamos castillos en el aire, ese mismo aire que nos faltaba después de cada beso. Cuando nos dimos cuenta de que la realidad era bien distinta a nuestros sueños yo estaba saludándote desde el andén mientras tú partías hacia tu destino. Supe que nunca más volvería a verte.

Durante los preparativos de tu viaje tejimos una unión que creímos imposible de romper por la distancia. Intentamos burlar al destino con la confianza típica de la juventud y del amor. Nos hicimos tantas promesas que las escribimos para no olvidarlas. Al igual que pasamos años escribiéndonos todos los meses. Quería creer que era solo cuestión de tiempo, que volverías, que encontraríamos la manera de sobrevivir a la distancia, al olvido, que nuestro amor era más fuerte. Lo era. Tanto que temí que te hiciera demasiado daño, que no te dejara ver el futuro ya que nosotros solo podíamos vivir de pasado. Así que lo hice. Te escribí una carta contándote que ya no era lo mismo, que las cosas habían cambiado, que la distancia había deshilachado lo nuestro, que el amor no había podido resistir, que se había apagado aún sin quererlo.

Sabía que aquella carta iba a destrozarte, lo sabía. Pero también sabía que después del dolor inicial y de saberte perdido y decepcionado, encontrarías la manera de volver a sonreír, de volver a ser tu mismo. No encontré una manera mejor de hacerlo. No podía permitir que vivieras anclado a un amor imposible, el nuestro. Te merecías ser todo lo feliz que yo no podía hacerte. Y así lo hice, reuní todo el valor que pude para enviar esa carta, reescrita mil veces, llorada unas mil más. Deseé que encontraras a esa persona que volviera a hacerte reír, alguien con quien crecer, alguien a quien amar.

Después de eso esperé. Esperé que pasara el tiempo, pensé que me volvía loca, tú me escribías cartas que ni siquiera tenía el valor de abrir. Yo no volví a escribirte. Confiaba en que con el paso del tiempo dejaría de recibir noticias tuyas. No me equivoqué. Las cartas se espaciaron hasta que cesaron. Imaginé que tras la tormenta había llegado la calma, que por fin estabas en paz, que por fin podías emprender un nuevo camino en el que yo solo era una sombra más. Sonreí y lloré a la vez. Sonreí por tí, por tu felicidad donde quiera que estuvieses. Lloré por mí, por ser cobarde.

Ahora mis días se acaban, días vacíos desde que te fuiste. Viví de tu recuerdo hasta que la soledad se instaló en mi pecho también. Mi piel se arrugó, esa piel donde solo tus labios dejaron su rastro, donde solo tus dedos dibujaron sonrisas. Ahora mi corazón se apaga, un corazón que latió por y para tí durante toda mi vida. Solo deseo no haberme equivocado y si lo hice que algún día me perdones.

Siempre tuya."

Termina de escribir la carta con dificultad, la dobla despacio, como queriendo conservar la calidez de sus palabras. Las lágrimas han desaparecido de sus ojos pero en su cara quedan los surcos que dejaron tiempo atrás. Abre el cajón de su escritorio y saca una pequeña caja de latón. La destapa con cuidado. Dentro encuentra todas las cartas que recibió, algunas abiertas, otras sin abrir. Coloca la suya también después de llevarsela a los labios y darle un beso. Cierra la caja de latón y la guarda en el mismo sitio del que salió. Quizá, algún día, alguien la encuentre, quizá, algún día, haya alguien que consiga entenderla.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Otoño

"Acaba otro día como otro. Conduces entre la marea, divagando con la radio encendida. La escuchas a ratos cuando sale algo interesante o pegadizo. Al principio miras al frente, el resto del tiempo te entretienes con los coches, después se vuelve aburrido. Mucho tráfico. Te fijas sin querer en los conductores que te rodean. Gafas de sol, pulseras y pelo recogido ellas, gafas de sol y brazo apoyado en la ventanilla ellos. Cambian los colores de la ropa, cortada con el mismo patrón en casi la misma talla. Te miras y de repente sientes que algo no va, que no encajas. No respondes al  patrón, ni siquiera a los gustos. Te sientes como una hoja que ha nacido en un árbol equivocado que lleva toda la vida pensando que pertenece a ese lugar. Todos tan iguales y tú tan diferente. 

Los coches siguen pasando, hormigas que van juntas en una misma dirección. Hasta los colores, las formas, las marcas son prácticamente los mismos. La hoja se agita, se siente incómoda, quiere salir de ese mundo que no le pertenece, quiere volar, encontrar su sitio. Aminoras la marcha y te desvías a una carretera secundaria. El tráfico va disminuyendo conforme avanzas, el viento empieza a soplar fuerte en una misma dirección. Sin saber como, la hoja se encuentra flotando en el aire mecida por el viento. No sabe donde la llevará pero tampoco le importa. Frenas para tomar un nuevo desvío pero al poco te das cuenta de que no era ese el que tenías que coger. Buscas un lugar para dar la vuelta y sales a la carretera principal otra vez. Buscas otra salida y te desvías. Es prácticamente igual al anterior, mismas casas, misma gente. Te equivocas por segunda vez. El viento disminuye y la hoja empieza a caer. Quizá no se había planteado esa posibilidad y empieza a tener miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a volver a no encajar. Lucha con todas sus fuerzas por no perder el vuelo, por mantenerse en el aire, pero es imposible. Todo lo que sube tiene que caer. 

Otra vez en la carretera principal. Debes admitir que te has perdido, que ya no sabes ni donde estás ni hacia donde vas. El miedo se asoma a tus ojos, oteando el camino y bloqueando tu mente. La desesperación acelera tu corazón y la soledad pega tu pie al acelerador. Mal tiempo, velocidad y miedo se combinan con una curva con poca visibilidad. El camino y el coche no siguen la misma trayectoria. El camino sigue, el coche cae por un terraplén hasta chocar frontalmente con una roca. La hoja inevitablemente acaba cayendo sin un viento que la lleve. Acaba en el suelo de otro bosque, sin rastro del árbol de donde salió. Se acurruca contra otras hojas que se acumulan en el suelo, allí no se siente diferente al resto. Quizá esta vez, haya encontrado su sitio."
 

viernes, 5 de julio de 2013

Hoy estoy muy enfadada

Hoy es el típico día en el que estoy enfadada con el mundo, en el que todo me molesta, en el que si me roza un rayo de sol soy capaz de montar en cólera porque no me ha pedido permiso para tocarme. Hoy es de esos días en los que me gustaría decir todo lo que pienso, pero no sin que me escuchara nadie, sino precisamente decir las cosas para que quien tenga que oírlo se entere y se entere bien. Y te diría tantas cosas, vaya si te las diría. Hoy sería capaz de decirte que no entiendo porqué me exiges cosas que luego ni siquiera tú eres capaz de cumplir, porqué pones mala cara cuando no consigo llegar a tus espectativas, esas a las que sabes que por mucho que me esfuerce no voy a poder ni acercarme. Hoy estoy tan enfadada que sería capaz de echarte en cara todo lo que he callado durante tanto tiempo, todo lo que estos días no me gusta de ti empezando por tu cabezonería, por tus miradas ausentes, seguir por las exigencias, por tener que estar siempre dándote las gracias por nada y los perdones por todo. Porque hoy no quiero callarme, porque no me da la gana. Porque quiero desafiarte, aguantarte la mirada, quiero que te enfades conmigo lo mismo que estoy yo de enfadada contigo y con el mundo, porque quiero que te acerques sin dejar de mirarme y verte por dentro, sentir como se revuelve la bilis en tu estómago y se asoma a tus ojos. Ver como dominas tu ira, como la encierras con tu piel y sentir como intenta escaparse por cada poro, olerla. Hoy quiero que te enfades, que sientas la sangre correr por tus venas a la misma velocidad que corre por las mías. Quiero temblar de miedo a cada palabra que salga de tu boca pero no demostrarlo, seguir aguantándote la mirada como si no lo sintiera, como si no supiera qué está pasando. Quiero echarte en cara todas las noches, los días, las horas, los minutos, los sueños, las pesadillas y hasta los besos. No quiero dejar nada dentro de mi, quiero que sepas lo enfadada que estoy por todo. No quiero perdonarte ni que me perdones ni me importa que te esté decepcionando. Lo que quiero es que me mires así, con fuerza, sentir que te importo, que sigo ahí entre tus prioridades, que soy tuya, sentirme tuya. Quiero que me repliques porque yo no voy a dejar de hacerlo, necesito que me aguantes, que me ignores, que te enfades conmigo, que me pares los pies cuando suba el tono de voz, que me digas que ya basta, que me estoy portando como una niña pequeña con una rabieta. Hoy necesito que me castigues como tal, que me lleves al límite y que lo rompas, necesito sacar fuera de mi esa ira que me invade. Hoy te necesito más que nunca, necesito llorar, romper esa barrera, llorar, gritar, caer. Necesito que estés ahí, que seas mi pared y que me aguantes. Necesito sacar mi odio, mi enfado, mi carácter, que estés ahí para soportarme y para recogerme luego. Que me abraces cuando me ahogue con mis lágrimas, cuando ya no pueda más, cuando me fallen las fuerzas para seguir de pie sosteniéndote la mirada desafiante. Lloraré y seré un mar de lágrimas durante mucho rato, seguiré balbuceando reproches, uno peor que el otro. Necesito que me escuches en el silencio de tu abrazo, fuerte, sin soltarme. Necesito sentir que sigues ahí, olerte, tocarte, que me recojas el  pelo y me digas al oído que ya pasó, que ya está fuera y no va a volver. Y quedarnos así, tanto tiempo como sea necesario hasta que de mis lágrimas solo queden unos ojos rojos e hinchados y de tu enfado solo quede una mirada traviesa y una media sonrisa. Hoy necesito que sea así, te necesito aqui, te necesito a ti.

lunes, 24 de junio de 2013

CuentaCuentos: "Definitivamente tengo un problema con las plantas, incluso las artificiales se marchitan"

- Definitivamente tengo un problema con las plantas, incluso las artificiales se marchitan. Siempre es la misma historia. Las veo, me gustan, me miran, nos miramos. Cierro los ojos, respiro y pienso que esta vez será diferente, que esta vez será la buena. A partir de ese entonces me deshago en mimos con ellas, las riego, las pongo al sol, les pongo música y al final la que no se mustia se acaba secando o se la come algún bicho. Y el ciclo vuelve a empezar. ¿Será que no aprendo a decir que no? ¿Será que espero que algo cambie y el que tiene que cambiar soy yo? No se, a veces creo que pienso demasiado. Esta mañana iba pensando en mis cosas cuando te vi. Sabía que estabas ahí pero no me atrevía ni a mirarte, no quería que el ciclo volviera a empezar, no quería que te secaras, eres tan bella, tan suave, tan viva...

- ¿Me estás comparando con una planta? - dijo ella entre risas

- Te estoy diciendo que estoy dispuesto a cuidarte cada día de mi vida, a cambio de que no te vayas nunca.




Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

jueves, 16 de mayo de 2013

Querido X, Hola ¿qué tal?, X, Hola, soy yo, la que siempre ha estado ahí para ti, solo pasaba para saludar, pero ya veo que estás ocupado, como siempre cuando te interesa. ¿Cómo estás? ¿Cómo te va todo? tanto tiempo sin saber de ti, no porque no quisiera sino porque pasas de mi. Anoche me estuve acordando de las noches sin dormir mandándonos mensajes, sonreí y lloré a la vez, qué recuerdos ¿eh? aunque dudo que lo recuerdes. Siempre estaba ahí cuando me necesitabas, fuera lo que fuera, de eso supongo que tampoco te acordarás, me dabas las gracias por escucharte, por ayudarte. Siempre decías que nunca podrías agradecerme todo lo que hacía, que te ayudaba más de lo que pensaba, no te creas, quizá me haga una idea. Las noche se juntaba con el día y volvía a anochecer y seguía ahí. Como una imbécil. Pasó el tiempo y fui yo la que necesitó que me escucharas, simplemente, no te pedí nada más. Pero no te encontré, no estabas ahí. ¿Dónde estabas? ¿A quién te estabas tirando que era más importante que yo? Te necesité de verdad, como nunca necesité a nadie, y ni siquiera te dignaste a contestarme aunque fuera al día siguiente. Quizá el reproche llega tarde, demasiado tarde, quizá ni siquiera te importe, que será lo más probable, quizá solo me pasé por aquí porque yo si lo necesitaba, para cerrar una etapa y poder abrir otra. Aunque me duela, aunque me duelas. Nada más que decir, me has decepcionado, mucho, tanto que hasta me duele, quizá solo fuera una niña, una niña con sentimientos, lo sigo siendo pero ahora me quiero a mi, más de lo que te quiero a ti. Hasta siempre. Hasta nunca.


lunes, 13 de mayo de 2013

CuentaCuentos: "Pocos lo saben, pero existe otra Biblia"

Pocos lo saben, pero existe otra Biblia, la de tu cuerpo. Vino a mí el día más inesperado y me puse a leer. Empecé por tus manos, suaves, delicadas, con dedos finos y gráciles y unas uñas naturales, sin pintar. Unas manos que continuaban por unas pequeñas muñecas, algo huesudas, pero no por ello menos hermosas. En una muñeca el reloj, en la otra iban rotando diferentes pulseras. Debo admitir que la que más me gustaba era la roja, resaltaba el color de tu piel. El siguiente capítulo era tu pelo. Largo, ondulado, lo justo para poder manejarlo a tu voluntad, a veces liso, a veces rizado, pero siempre suave. El color variaba según la intensidad de la luz. Mis dedos se perdían entre tu pelo durante horas. Las mismas horas que pasabas apoyada en mi hombro con los ojos cerrados, respirando pausadamente, dejándote llevar por las caricias.

Lo siguiente que leí fueron tus piernas. Asomaban tímidamente bajo tus pantalones pirata, a veces bajo tus faldas y muy rara vez bajo pantalones cortos. Siempre me pregunté el motivo de querer esconder aquellas piernas tan bonitas bajo una capa de tela. Me volvían loco las medias. Jugaba a adivinar el color del liguero que suponía que las sujetaba, negro, rojo, blanco, según la ocasión. Aquellas preciosas piernas acababan en dos pequeños pies alargados. Siempre cubiertos, siempre escondidos, a excepción de unas sandalias que apenas usabas. Delicados hasta el extremo, siempre con alguna herida, siempre con tiritas. El mejor momento para verlos era justo después de la ducha, todavía salpicados con algunas gotas rebeldes que no se habían quedado en la toalla, justo antes de que desaparecieran entre las zapatillas de casa o dentro de los calcetines.

Sin lugar a dudas el capítulo de tu espalda lo leí con dedicación más de una vez. Admiraba su forma, sus curvas. Me perdía contando tus lunares, uno a uno, trazando constelaciones entre ellos, buscando la manera de dibujar un mapa que me llevara hasta tus tesoros más ocultos, que me revelara tus secretos, como si yo fuera un marinero perdido y tú una isla de playas vírgenes. Y los encontré, o creí encontrarlos, en el capítulo que me habló de tus pechos. Su forma, su ofrecimiento, su calidez. Descubrí cada hondonada, cada pliegue, cada rincón secreto. Leí cada centímetro de tu piel como si fuera parte de la mía. Escondí besos y sueños en tu ombligo para que nadie más los encontrara y continué a través de tu cuello y tus labios hasta llegar a tu sexo.

Leí también sobre cicatrices. De las de fuera apenas una en la rodilla, casi inapreciable, otra en la ceja, muy bien disimulada. Las demás, por dentro, tantas que es uno de los capítulos más largos. Cada una de ellas marca un rasgo de tu personalidad, esa que me hace estremecer cada vez que hablas o haces algún gesto. Establece un diccionario al que acudo cada vez que descubro algo nuevo en ti, tu forma de mover el cuello para relajarte, tu forma de mirar a través de la ventana, tu sonrisa.

Tantas veces te leí que te aprendí de memoria. Navegué en el mar de tus ojos hasta quedarme sin aliento noche tras noche perdido entre tus letras. Así fue como me dejé seducir por ti, como te idealicé y te hice mía. Fui egoísta y no quise compartirte con nadie, no podía consentir que otra persona te leyera como yo lo hacía, que encontrara los tesoros que con tanto esmero había estado escondiendo en tu cuerpo, así que lo hice. Te quemé. Te quemé y ardiste, ardieron las letras, el deseo, los sueños. Pocos fueron los que te leyeron antes que yo, ellos lo sabe, ellos conocieron la Biblia de tu cuerpo, pero ya ninguno más podrá hacerlo. Vivirás eternamente aquí, en mi recuerdo.







Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

jueves, 25 de abril de 2013

Hormigas en la misma dirección

Sales de trabajar, caminas hacia el coche, te subes y arrancas. Te pones el cinturón y sales del aparcamiento mirando por el retrovisor a ver si viene alguien. Nadie. Pisas suavemente el acelerador. Segunda. La radio suena pero no la escuchas, vas perdido en tus pensamientos. Rotonda, cruce, ceda el paso. Te incorporas al carril de aceleración y te conviertes en una hormiguita más entre la multitud. Tercera. Te pierdes en tus pensamientos a la par que tu pie se hunde en el acelerador. Cuarta. La marea de hormigas te rodea, todas hacia la misma dirección, todas con un destino diferente. Quinta. Miras hacia delante pero no a la carretera, sigues pensando. Solo distingues manchas que se van moviendo a la par que tú, alguna se cruza, alguna se pierde. Mucho trabajo en la oficina. Papeles que se acumulan encima de tu escritorio. Proyectos que no acaban de cuajar. El cajón de los problemas ya no cierra. La siguiente es tu salida, carril derecho, intermitente, cuarta. el tráfico disminuye, pocas hormiguitas te siguen. Tercera. Espabilas un poco. Segunda. Rotonda, no viene nadie, cruce, rotonda, paso de cebra. Te paras porque el de delante se ha parado también. Embrague, punto muerto. Te has dejado la botella de agua encima de tu escritorio. Te da igual. La marcha se reanuda. Segunda. Badén, tercera. Es tarde y aún así todavía quedaba gente en el despacho cuando te has ido. "Qué suerte, ya te vas" te dice alguien como despedida. Tu sonríes y asientes, "Nos vemos mañana". Y es entonces cuando te preguntas en cuándo se convirtió en una suerte irse. Cuándo las horas pasaron de ser una dedicación a ser una obligación. Cuándo dejó de gustarte tu trabajo. Desde cuándo los días solo son una sucesión de minutos y horas en los que las sonrisas no existen y los sueños se alejan cada vez más de la realidad. Entonces sin saber muy bien como llegas a casa. El coche se para delante de la puerta de la cochera. Embrague, punto muerto. Enciendes las luces y le das al botón del mando a distancia para que se abra. Las preguntas siguen invadiendo tu mente mientras la pesada puerta se mueve. Porqué ya no sonríes al levantarte cada mañana, porqué ya no te das prisa en vestirte para no llegar tarde, porqué hay veces que te encuentras a ti mismo con la mirada perdida en el infinito mientras el teléfono de tu escritorio está sonando. Primera, bajada, giro, freno. Giras la llave y apagas las luces. Bajas del coche. Por fin en casa. Mañana toca otra vez ir a trabajar. Mañana será otro día más. 

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Para escuchar Stay 
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