lunes, 24 de diciembre de 2012

De CuentaCuentos: “He ejercido muchas profesiones a lo largo de mi vida”

He ejercido muchas profesiones a lo largo de mi vida. He sido fontanero, maestro, dentista, carpintero,  camionero, he sido un viajero que quería ver mundo, una bailarina, un titiritero, un conductor de autobús malhumorado. También he sido cantante, político, pensionista, ama de casa, veterinario, me he dedicado a trabajar en un circo, en un jardín, en un mesón, he sido futbolista, campesino, estudiante, periodista, actriz y muchísimas cosas más que no soy capaz de recordar. Pero de todas las profesiones que he tenido a lo largo de mi vida, la que más me gusta, sin duda, es la de Papá Noel. Cada vez que llega la navidad, ya tenga más o menos problemas a la hora de encontrar el regalo que se amolde a las circunstancias, siempre lo consigo. Nada merece más la pena que ver la ilusión en los ojos de un niño al abrir un regalo colocado minuciosamente debajo de su árbol, a los pies de su cama o encima de la mesa. Esa sonrisa que tiene al desgarrar el papel y ver que contiene, porque no importa que no sea lo que haya escrito en su carta, porque no importa que los calcetines sean del mismo color que el año pasado o que el tren de juguete se parezca a uno que le compraron al vecino hace tiempo, lo que de verdad importa es que Papá Noel ha entrado en su casa, se ha sentado en su sofá, se ha comido las galletas y ha bebido del vaso de leche que le dejó. La ilusión y las sonrisas de esos niños no deberían perderse nunca, ni siquiera cuando les toque crecer.



















Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

lunes, 17 de diciembre de 2012

De CuentaCuentos: "Nunca había deseado tanto estar de vuelta"

"Nunca había deseado tanto estar de vuelta", así rezaba la nota que había encontrado hacía una semana bajo su puerta. Había tropezado con ella mientas iba a la cocina a por una taza de chocolate caliente antes de acostarse. Al principio había creído que era publicidad pero al agacharse a recoger el papel notó que era más suave que los típicos trípticos publicitarios. Aquella nota la había dejado totalmente descolocada, ¿quién podría ser su autor? ¿de qué se conocían? ¿cuánto tiempo llevaban sin verse? Estaba escrita a mano alzada pero aún así no era capaz de reconocer la caligrafía. Agotada decidió guardarla en su mesita de noche e irse a dormir, ya tendría tiempo de analizarla al día siguiente. 

Pero no lo tuvo, la segunda nota no se hizo esperar. La descubrió al día siguiente, cuando se disponía a abrir la puerta para irse a trabajar: "El tiempo es lo único que no puede esperar". Sorprendida de nuevo observó la nota con atención, mismo papel, misma caligrafía. No tenía tiempo para nada más o llegaría tarde, se guardó la nota en el bolsillo de su chaqueta y se fue. El frío la recibió al atravesar el portal como una bofetada de hielo. Se subió la bufanda hasta que le tapó la nariz y emprendió la marcha. No podía pensar en otra cosa que no fueran las notas, pero el frío le congelaba las ideas antes de tenerlas, así que la marcha no iba a ser muy productiva. En el trabajo no fue mucho mejor, el teléfono no paró de sonar en todo el día, la gente corría de un sitio para otro, concentrada, inquieta, pensativa, ansiosa. Ella compartía todos esos estados de ánimo aunque el trabajo la engulló hasta que el frío volvió a recibirla al salir a la calle. Se metió las manos en los bolsillos y tocó el papel con los dedos, allí seguía su misterio, encerrado en unas cuántas palabras que no le daban lugar a nada más. Su hogar la recibió con calidez pero sin notas debajo de la puerta, eso la defraudó un poco, pero ¿qué esperaba? ni siquiera podía responder a esa pregunta.

La tercera nota se hizo de rogar un poco más, pero esta vez vino acompañada. Le llegó directamente al trabajo, entre tanta gente y tanto ruido y papeles nadie supo decirle quién había dejado aquella rosa en su mesa: "La belleza de las rosas está en sus espinas" Había que decir que fuera quien fuera tenía un gusto impecable a la hora de elegir flores. Una rosa negra preciosa, suave como el algodón, con un lazo rojo del cual colgaba la nota. Allí no podía pensar, pero tampoco podía concentrarse en trabajar, tres notas, tres misterios. No sabía decir si aquello la inquietaba o la excitaba. Debía reconocer que fuera quien fuera la tenía en vilo esperando otra señal y eso la irritaba, ¿cómo era posible que alguien jugara con ella de esa manera? Ella no había elegido jugar pero era el epicentro de aquel juego, si había reglas no las conocía, tampoco sabía cuando acabaría, solo tenía claro que la partida había comenzado y que todavía no era su turno de jugar. 

Una cuarta nota se deslizó de entre las cartas de su correspondencia al retirarlas del buzón. Su corazón se aceleró solo de verla en el suelo. ¿Qué le pasaba? Solo era un trozo de papel que se había caído pero eso no hizo que su pulso volviera a latir con normalidad. "En la oscuridad de la noche, los ojos son lo que más brillan". No sabía quién las escribía pero había conseguido ruborizarla con solo leer su palabras. Entró en casa y volvió a pensar en quién podría ser causante de este juego. 

Pasaron dos largos días hasta que llegó la quinta nota. La había buscado por todas partes, siempre atenta a cualquier indicio para saber quien las enviaba. Cada mañana y cada noche miraba debajo de la puerta, cada vez que podía revisaba su correspondencia, incluso en el trabajo no dejaba de seguir con la mirada a todo aquel que se acercara a su mesa. Llegó a pensar que se estaba volviendo loca, loca porque la espera la estaba matando, ¿y si no hubiera más notas? ¿y si no había sabido jugar? Se le aceleraba el corazón cada vez que escuchaba a alguien subir por las escaleras o cada vez que escuchaba abrirse o cerrarse una puerta. No entendía que le estaba pasando, ¿por qué necesitaba seguir con el juego? ¿por qué revisaba cada noche cada una de las notas hasta que el sueño la vencía? ¿qué esperaba encontrar oculto en aquellas palabras? La respuesta a sus preguntas llegó a la vez que sonaba el timbre. El corazón dejó de latirle por un segundo a la vez que contenía la respiración. Dudó un instante en si abrir la puerta o esperar, lo suficiente como para que cuando se decidiera a hacerlo solo encontrara un pequeño sobre junto a una nueva nota: "El momento ha llegado". Las manos no eran lo único que le temblaba cuando recogió el pequeño sobre del suelo y cerró la puerta. ¿Debía abrirlo? ¿Sería una trampa? No le dio más tiempo a su cabeza para que formulara preguntas y abrió el sobre con delicadeza, intentando no perderse nada, ninguna señal oculta, ningún olor, ningún matiz. Dentro del sobre un par de bonitos pendientes largos que le colgaban por encima de los hombros y una dirección de un restaurante cercano. Por detrás un hora. Su corazón latía desvocado, se sentía sudar, apenas podía controlar su respiración y eso la hacía sentirse como una niña pequeña, totalmente indefensa. Miró su reloj, todavía le quedaban tres horas para la cita, para tranquilizarse o por lo menos para intentarlo. Llenó la bañera con agua caliente y se sumergió en ella, cerró lo ojos e intentó evadirse del mundo.

A la hora exacta abrió la puerta del local atestado de gente. Había hecho especial incapié en recogerse el pelo para que se vieran bien los pendientes, quizá aquello fuera una tontería, quizá se había dibujado una diana en la frente y el francotirador solo tenía que disparar, pero si había llegado hasta ese punto tenía que seguir jugando, no podía dar marcha atrás. En aquel instante mientras inspeccionaba el local en busca de alguna cara conocida alguien se le acercó suavemente por la espalda. Notaba su respiración en su oreja, inquieta e impaciente esperó, inmóvil a que sucediera.

- La idea era que llevaras solo los pendientes, ven, vamos a un sitio más intimo, aquí hay mucha gente.

Suavemente la llevó hacia la salida, ella caminaba por delante de él, no le había dejado espacio para girarse y verle la cara, solo había podido olerlo. Su olor era tan intenso que había temido marearse entre la gente y haber llamado demasiado la atención, pero él la sujetaba firme por la espalda. Salieron del local y se dirigieron a su casa. El corazón le latía sin control, las piernas le temblaban, no sabía si preguntar, si hablar, si salir corriendo, no quería hacer nada mal así que optó por centrarse en seguir respirando y dejar que el silencio fuese su compañero de viaje. Subieron por las escaleras hasta llegar a su puerta, torpemente giró la llave dentro de la cerradura y abrió la puerta. Una vez dentro se paró espectante, escuchó cerrarse la puerta y como volvía a acercarse su respiración. Quiso girarse pero sus piernas no le respondían, quiso hablar pero no consiguió emitir ningún sonido, respirar, tenía que centrarse en respirar. Suavemente unas manos grandes y decididas posaron un suave pañuelo en sus ojos atandolo en su nuca con un nudo. Se sentía sin fuerzas para protestar, aunque no quería hacerlo, las manos decididas empezaron a recorrer su cuello, sus hombros y bajaron por su cintura y sus caderas hasta sus rodillas. Temblaba, todo su cuerpo temblaba, volvía a estar mojada, no solo de sudor cuando sus manos subieron hasta colarse por debajo del vestido para acabar quitándoselo. Un leve empujón indicaba que debía avanzar. Era su casa, la conocía palmo a palmo, a la derecha la cocina, a la izquierda el salón, recto, el baño. Todavía quedaban restos de humedad en el ambiente lo que le dificultaba aún más la tarea de seguir respirando. Las mismas manos decididas que le habían quitado el vestido seguían recorriendo su cuerpo en busca de cada uno de sus rincones. Quería darse la vuelta, necesitaba tocarle, sentirle, besarle.

- No.

Fue suficiente para que desapareciera la idea de su mente. Escuchó su respiración entrecortada, como sonaba la hebilla de un cinturón al desabrocharse. Estaba fría. El contacto con su piel la hizo estremecerse de pies a cabeza emitiendo un leve gemido, casi imperceptible pero suficiente. La cogió de las manos y utilizó su cinturón para atárselas en la espalda. ¿A qué estaba jugando? Aquello era peligroso pero no sabría decidir que la excitaba más, la situación, el no saber, el peligro, su olor, sus manos. Estaba empapada, quería desacerse de las ataduras y poseerlo, lo deseaba, lo necesitaba, no iba a poder aguantar aquello mucho más tiempo. Otro objeto frío, ¿de donde había salido? no podía ser la hebilla porque la tenía puesta en sus muñecas, era otra cosa, delgada, alargada, fría. La estaba recorriendo por entero, el frío se calentaba a cada centímetro que recorria de su piel. Sudaba, sudaba a mares, era sudor caliente, chorreante, sudaba más tras el paso de la cosa fría, ardía, no era calor, era dolor, aquello le dolía, desde su vientre hasta su cuello, las fuerzas le fallaban, ¿qué estaba pasando? Cada vez le costaba más respirar, se sentía mareada y chorreaba una sustancia caliente. Sangre. Entonces lo comprendió todo, un cuchillo. Trató de gritar pero el miedo era tan fuerte que antes que pudiera hacerlo tenía el cuchillo en la boca y el sabor de su propia sangre en sus labios.

Se dejó caer dentro de la bañera, la sangre le manaba a borbotones de todo su cuerpo. Él, en silencio, la liberó de su cinturón y se marchó. Tras escuchar el sonido de la puerta al cerrarse trató de calmarse, con la poca energía que le quedaba se quitó el pañuelo de los ojos. A su lado manchada de sangre una nota: "Fin del juego"




























Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos


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martes, 11 de diciembre de 2012

Renacer

Porque ya hacía falta cambiar de aires, porque todo cambia y hay que saber adaptarse a las nuevas circunstancias, porque lo sueños nacen, evolucionan, se cumplen, mueren y cambian, porque un nuevo comienzo siempre se merece un poco de suerte. Por todas esas cosas y muchas más nace esta nueva parte de mi, para albergar nuevas historias y nuevos sueños.

Pasen, pónganse cómodos, disfruten y lean.

wannea.