lunes, 16 de diciembre de 2013

Vuelve

Te veo tumbada en el sofá, dormida, con la media sonrisa de los sueños, con la mano apoyada bajo tu cabeza. Sonrío. A medias. Miro a través de la ventana y apenas puedo ver el sol tras las nubes. ¿Qué pasó? ¿Qué hice mal? ¿Por qué el mundo gira tan deprisa? Preguntas sin respuesta, preguntas respondidas ya quizá, preguntas que no necesitan respuesta. Respuestas que ya cansan, respuestas que ya ni siquiera te crees. ¿Cuánto más? Quizá sea solo cuestión de dar. No puedes exigir lo que no das, pero ¿cuánto más hay que dar cuando ya lo has dado todo? Cuando es probable que no te quede nada más por dar. Cuando las sonrisas desaparecen y aparecen los reproches, los tú y los yo que sustituyen a un nosotros que nunca debió irse. ¿Donde se perdió? Quizá fue en tu mirada, o en la mía, quizá se perdió a través de la ventana, aquella que nos muestra el mismo cielo que nos une y que a la vez nos hace cada día estar más lejos. Te echo de menos. Vuelve.

El sofá sigue vacío una tarde más y tu recuerdo es un espejismo que se desvanece como el atardecer. Me siento solo. A medias. Se que mañana volveré a imaginarte, como cada tarde, que volverás a estar ahí por mi. Todo seguirá como cuando aún mirábamos en la misma dirección, cuando los días no dolían, cuando las tardes eran nuestras y no tuyas y mías, cuando una mirada decía más que una larga conversación. Duele. A medias.

Tu recuerdo sigue aquí, aunque tú y yo sabemos que no vas a volver.



miércoles, 2 de octubre de 2013

CuentaCuentos: "A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano" (2)

"A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano. Esa fue la primera excusa tonta que se me pasó por la cabeza para hablar contigo aquella tarde. Te había visto todos los días de aquella última semana. Utilizabas el parque como si fuera una biblioteca. Siempre con la vista fija en las palabras y la imaginación muy lejos de aquel lugar. Reconozco que no fui muy original pero tu sola presencia me nublaba la razón. Esa solo fue una primera vez de muchas. Mi imaginación siempre iba un paso por delante de la tuya. Intentaba sorprenderte en cada paso, en cada gesto, en cada mirada, en cada sonrisa. A partir de ese día me prometí que estaríamos siempre juntos.

Eras tan delicada como un cristal que parecía que estaba a punto de quebrarse pero que resistía estoicamente con una sonrisa en los labios. Esos labios suaves que dibujaban estrellas en mi cuerpo desnudo, que pronunciaban mi nombre y le daban sentido a mi vida. Los mismos que enmudecieron aquella fría mañana de abril después de que sonara el teléfono. La ilusión se asomaba a mis ojos a la vez que tu corazón se quebraba. Nos prometimos que nada cambiaría, que nuestra unión sería más fuerte que el destino que nos quería separar, nos prometimos un amor que fuera eterno, cuentos para poder dormir y abrazos para despertar. Nos prometimos tantas cosas que me cuesta recordarlas todas. Me prometí no olvidarte cuando intentabas disimular que te caías a pedazos mientras mi tren partía.

Tus cartas eran lo único que me mantenía con vida en la distancia. Tus cartas olían a ti, a los pastelitos de limón de las seis, a pasión, a felicidad. Las releía una y otra vez intentando que salieras de ellas y te materializaras. Cerraba los ojos y te imaginaba escribiéndolas, leyendo las que yo te mandaba, con la mirada perdida en el horizonte. Tu ultima carta me dejó roto. Roto por dentro, destrozado, roto por fuera, muerto. Cogí un papel y empecé a escribir, y escribí hasta que me dolieron las manos. Una carta tras otra sin obtener contestación ninguna. Mi cabeza giraba como una noria a toda velocidad intentando darle una explicación que se me negaba.

El tiempo me dio la perspectiva necesaria para entender tus actos. No habías podido soportar la distancia y habías encontrado a otra persona que te hacía sonreír como yo lo hice en su día. No te culpo. No fui capaz de darte lo que te merecías, te pido perdón. Dejé de escribirte, si estabas con alguien más no iba a ser yo el que te negara la felicidad que necesitabas. Esta será la última. Ni siquiera se si las lees o las tiras sin abrir. Solo tengo la necesidad de escribirte, de decirte que nunca habrá otra persona que pueda ocupar mi corazón porque tú nunca te irás de él. Dile que te cuide mucho, ya que yo ya no puedo.


Se feliz sin mi, siempre tuyo."


domingo, 29 de septiembre de 2013

CuentaCuentos: “A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano”

"A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano. Me lo enseñaste tú la primera vez que hablamos en aquel parque. Yo solía ir a leer allí y tú no tengo claro que hacías pero siempre acababas cruzándote en mi camino. Aquel día te decidiste a entablar conversación y me abriste un mundo nuevo, el cielo, las nubes, las estrellas. Se nos hizo tarde buscando el camino que nos llevara a la luna y acabamos buceando cada uno en los ojos del otro. A partir de ese día se sucedieron los encuentros, las charlas, ya no solo en el parque sino en alguna cafetería, dando un paseo, en cualquier plaza, en cualquier rincón. El amor nos encontró agarrados de la mano una tarde de muchas, ya no recuerdo si era verano o era invierno, silbabas una canción y envuelto en un halo de magia y misterio empezaste a  bailar conmigo en mitad de la calle. Yo reía mientras intentaba inútilmente no pisarte una y otra vez. Tú parecías no notarlo porque proseguías con el baile y la canción. Cuando te pareció oportuno, entre risas, dejaste de cantar pero tu mano ya no soltó la mía.

Ahí empezó nuestra historia, o quizá había empezado mucho tiempo atrás sin que nos diéramos cuenta. Fuimos dos locos enamorados que se descubrían cada día como si fuera la primera vez que se veían. Nuestros labios surcaron miles de caminos nuevos sobre nuestros cuerpos desnudos. Nos leímos como solo dos enamorados pueden llegar a leerse. Sin prisa, con atención, respetando cada punto y cada coma. Fuimos felices como nadie más podría llegar a serlo nunca. El destino, las circunstancias, puedo ponerle muchos nombres a algo que no se a ciencia cierta que fue, nos partió en dos aquella mañana. Una llamada por teléfono mientras desayunábamos. La posibilidad de empezar una vida nueva lejos de allí. Nos ilusionamos, soñamos despiertos, creamos castillos en el aire, ese mismo aire que nos faltaba después de cada beso. Cuando nos dimos cuenta de que la realidad era bien distinta a nuestros sueños yo estaba saludándote desde el andén mientras tú partías hacia tu destino. Supe que nunca más volvería a verte.

Durante los preparativos de tu viaje tejimos una unión que creímos imposible de romper por la distancia. Intentamos burlar al destino con la confianza típica de la juventud y del amor. Nos hicimos tantas promesas que las escribimos para no olvidarlas. Al igual que pasamos años escribiéndonos todos los meses. Quería creer que era solo cuestión de tiempo, que volverías, que encontraríamos la manera de sobrevivir a la distancia, al olvido, que nuestro amor era más fuerte. Lo era. Tanto que temí que te hiciera demasiado daño, que no te dejara ver el futuro ya que nosotros solo podíamos vivir de pasado. Así que lo hice. Te escribí una carta contándote que ya no era lo mismo, que las cosas habían cambiado, que la distancia había deshilachado lo nuestro, que el amor no había podido resistir, que se había apagado aún sin quererlo.

Sabía que aquella carta iba a destrozarte, lo sabía. Pero también sabía que después del dolor inicial y de saberte perdido y decepcionado, encontrarías la manera de volver a sonreír, de volver a ser tu mismo. No encontré una manera mejor de hacerlo. No podía permitir que vivieras anclado a un amor imposible, el nuestro. Te merecías ser todo lo feliz que yo no podía hacerte. Y así lo hice, reuní todo el valor que pude para enviar esa carta, reescrita mil veces, llorada unas mil más. Deseé que encontraras a esa persona que volviera a hacerte reír, alguien con quien crecer, alguien a quien amar.

Después de eso esperé. Esperé que pasara el tiempo, pensé que me volvía loca, tú me escribías cartas que ni siquiera tenía el valor de abrir. Yo no volví a escribirte. Confiaba en que con el paso del tiempo dejaría de recibir noticias tuyas. No me equivoqué. Las cartas se espaciaron hasta que cesaron. Imaginé que tras la tormenta había llegado la calma, que por fin estabas en paz, que por fin podías emprender un nuevo camino en el que yo solo era una sombra más. Sonreí y lloré a la vez. Sonreí por tí, por tu felicidad donde quiera que estuvieses. Lloré por mí, por ser cobarde.

Ahora mis días se acaban, días vacíos desde que te fuiste. Viví de tu recuerdo hasta que la soledad se instaló en mi pecho también. Mi piel se arrugó, esa piel donde solo tus labios dejaron su rastro, donde solo tus dedos dibujaron sonrisas. Ahora mi corazón se apaga, un corazón que latió por y para tí durante toda mi vida. Solo deseo no haberme equivocado y si lo hice que algún día me perdones.

Siempre tuya."

Termina de escribir la carta con dificultad, la dobla despacio, como queriendo conservar la calidez de sus palabras. Las lágrimas han desaparecido de sus ojos pero en su cara quedan los surcos que dejaron tiempo atrás. Abre el cajón de su escritorio y saca una pequeña caja de latón. La destapa con cuidado. Dentro encuentra todas las cartas que recibió, algunas abiertas, otras sin abrir. Coloca la suya también después de llevarsela a los labios y darle un beso. Cierra la caja de latón y la guarda en el mismo sitio del que salió. Quizá, algún día, alguien la encuentre, quizá, algún día, haya alguien que consiga entenderla.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Otoño

"Acaba otro día como otro. Conduces entre la marea, divagando con la radio encendida. La escuchas a ratos cuando sale algo interesante o pegadizo. Al principio miras al frente, el resto del tiempo te entretienes con los coches, después se vuelve aburrido. Mucho tráfico. Te fijas sin querer en los conductores que te rodean. Gafas de sol, pulseras y pelo recogido ellas, gafas de sol y brazo apoyado en la ventanilla ellos. Cambian los colores de la ropa, cortada con el mismo patrón en casi la misma talla. Te miras y de repente sientes que algo no va, que no encajas. No respondes al  patrón, ni siquiera a los gustos. Te sientes como una hoja que ha nacido en un árbol equivocado que lleva toda la vida pensando que pertenece a ese lugar. Todos tan iguales y tú tan diferente. 

Los coches siguen pasando, hormigas que van juntas en una misma dirección. Hasta los colores, las formas, las marcas son prácticamente los mismos. La hoja se agita, se siente incómoda, quiere salir de ese mundo que no le pertenece, quiere volar, encontrar su sitio. Aminoras la marcha y te desvías a una carretera secundaria. El tráfico va disminuyendo conforme avanzas, el viento empieza a soplar fuerte en una misma dirección. Sin saber como, la hoja se encuentra flotando en el aire mecida por el viento. No sabe donde la llevará pero tampoco le importa. Frenas para tomar un nuevo desvío pero al poco te das cuenta de que no era ese el que tenías que coger. Buscas un lugar para dar la vuelta y sales a la carretera principal otra vez. Buscas otra salida y te desvías. Es prácticamente igual al anterior, mismas casas, misma gente. Te equivocas por segunda vez. El viento disminuye y la hoja empieza a caer. Quizá no se había planteado esa posibilidad y empieza a tener miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a volver a no encajar. Lucha con todas sus fuerzas por no perder el vuelo, por mantenerse en el aire, pero es imposible. Todo lo que sube tiene que caer. 

Otra vez en la carretera principal. Debes admitir que te has perdido, que ya no sabes ni donde estás ni hacia donde vas. El miedo se asoma a tus ojos, oteando el camino y bloqueando tu mente. La desesperación acelera tu corazón y la soledad pega tu pie al acelerador. Mal tiempo, velocidad y miedo se combinan con una curva con poca visibilidad. El camino y el coche no siguen la misma trayectoria. El camino sigue, el coche cae por un terraplén hasta chocar frontalmente con una roca. La hoja inevitablemente acaba cayendo sin un viento que la lleve. Acaba en el suelo de otro bosque, sin rastro del árbol de donde salió. Se acurruca contra otras hojas que se acumulan en el suelo, allí no se siente diferente al resto. Quizá esta vez, haya encontrado su sitio."
 

viernes, 5 de julio de 2013

Hoy estoy muy enfadada

Hoy es el típico día en el que estoy enfadada con el mundo, en el que todo me molesta, en el que si me roza un rayo de sol soy capaz de montar en cólera porque no me ha pedido permiso para tocarme. Hoy es de esos días en los que me gustaría decir todo lo que pienso, pero no sin que me escuchara nadie, sino precisamente decir las cosas para que quien tenga que oírlo se entere y se entere bien. Y te diría tantas cosas, vaya si te las diría. Hoy sería capaz de decirte que no entiendo porqué me exiges cosas que luego ni siquiera tú eres capaz de cumplir, porqué pones mala cara cuando no consigo llegar a tus espectativas, esas a las que sabes que por mucho que me esfuerce no voy a poder ni acercarme. Hoy estoy tan enfadada que sería capaz de echarte en cara todo lo que he callado durante tanto tiempo, todo lo que estos días no me gusta de ti empezando por tu cabezonería, por tus miradas ausentes, seguir por las exigencias, por tener que estar siempre dándote las gracias por nada y los perdones por todo. Porque hoy no quiero callarme, porque no me da la gana. Porque quiero desafiarte, aguantarte la mirada, quiero que te enfades conmigo lo mismo que estoy yo de enfadada contigo y con el mundo, porque quiero que te acerques sin dejar de mirarme y verte por dentro, sentir como se revuelve la bilis en tu estómago y se asoma a tus ojos. Ver como dominas tu ira, como la encierras con tu piel y sentir como intenta escaparse por cada poro, olerla. Hoy quiero que te enfades, que sientas la sangre correr por tus venas a la misma velocidad que corre por las mías. Quiero temblar de miedo a cada palabra que salga de tu boca pero no demostrarlo, seguir aguantándote la mirada como si no lo sintiera, como si no supiera qué está pasando. Quiero echarte en cara todas las noches, los días, las horas, los minutos, los sueños, las pesadillas y hasta los besos. No quiero dejar nada dentro de mi, quiero que sepas lo enfadada que estoy por todo. No quiero perdonarte ni que me perdones ni me importa que te esté decepcionando. Lo que quiero es que me mires así, con fuerza, sentir que te importo, que sigo ahí entre tus prioridades, que soy tuya, sentirme tuya. Quiero que me repliques porque yo no voy a dejar de hacerlo, necesito que me aguantes, que me ignores, que te enfades conmigo, que me pares los pies cuando suba el tono de voz, que me digas que ya basta, que me estoy portando como una niña pequeña con una rabieta. Hoy necesito que me castigues como tal, que me lleves al límite y que lo rompas, necesito sacar fuera de mi esa ira que me invade. Hoy te necesito más que nunca, necesito llorar, romper esa barrera, llorar, gritar, caer. Necesito que estés ahí, que seas mi pared y que me aguantes. Necesito sacar mi odio, mi enfado, mi carácter, que estés ahí para soportarme y para recogerme luego. Que me abraces cuando me ahogue con mis lágrimas, cuando ya no pueda más, cuando me fallen las fuerzas para seguir de pie sosteniéndote la mirada desafiante. Lloraré y seré un mar de lágrimas durante mucho rato, seguiré balbuceando reproches, uno peor que el otro. Necesito que me escuches en el silencio de tu abrazo, fuerte, sin soltarme. Necesito sentir que sigues ahí, olerte, tocarte, que me recojas el  pelo y me digas al oído que ya pasó, que ya está fuera y no va a volver. Y quedarnos así, tanto tiempo como sea necesario hasta que de mis lágrimas solo queden unos ojos rojos e hinchados y de tu enfado solo quede una mirada traviesa y una media sonrisa. Hoy necesito que sea así, te necesito aqui, te necesito a ti.

lunes, 24 de junio de 2013

CuentaCuentos: "Definitivamente tengo un problema con las plantas, incluso las artificiales se marchitan"

- Definitivamente tengo un problema con las plantas, incluso las artificiales se marchitan. Siempre es la misma historia. Las veo, me gustan, me miran, nos miramos. Cierro los ojos, respiro y pienso que esta vez será diferente, que esta vez será la buena. A partir de ese entonces me deshago en mimos con ellas, las riego, las pongo al sol, les pongo música y al final la que no se mustia se acaba secando o se la come algún bicho. Y el ciclo vuelve a empezar. ¿Será que no aprendo a decir que no? ¿Será que espero que algo cambie y el que tiene que cambiar soy yo? No se, a veces creo que pienso demasiado. Esta mañana iba pensando en mis cosas cuando te vi. Sabía que estabas ahí pero no me atrevía ni a mirarte, no quería que el ciclo volviera a empezar, no quería que te secaras, eres tan bella, tan suave, tan viva...

- ¿Me estás comparando con una planta? - dijo ella entre risas

- Te estoy diciendo que estoy dispuesto a cuidarte cada día de mi vida, a cambio de que no te vayas nunca.




Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

jueves, 16 de mayo de 2013

Querido X, Hola ¿qué tal?, X, Hola, soy yo, la que siempre ha estado ahí para ti, solo pasaba para saludar, pero ya veo que estás ocupado, como siempre cuando te interesa. ¿Cómo estás? ¿Cómo te va todo? tanto tiempo sin saber de ti, no porque no quisiera sino porque pasas de mi. Anoche me estuve acordando de las noches sin dormir mandándonos mensajes, sonreí y lloré a la vez, qué recuerdos ¿eh? aunque dudo que lo recuerdes. Siempre estaba ahí cuando me necesitabas, fuera lo que fuera, de eso supongo que tampoco te acordarás, me dabas las gracias por escucharte, por ayudarte. Siempre decías que nunca podrías agradecerme todo lo que hacía, que te ayudaba más de lo que pensaba, no te creas, quizá me haga una idea. Las noche se juntaba con el día y volvía a anochecer y seguía ahí. Como una imbécil. Pasó el tiempo y fui yo la que necesitó que me escucharas, simplemente, no te pedí nada más. Pero no te encontré, no estabas ahí. ¿Dónde estabas? ¿A quién te estabas tirando que era más importante que yo? Te necesité de verdad, como nunca necesité a nadie, y ni siquiera te dignaste a contestarme aunque fuera al día siguiente. Quizá el reproche llega tarde, demasiado tarde, quizá ni siquiera te importe, que será lo más probable, quizá solo me pasé por aquí porque yo si lo necesitaba, para cerrar una etapa y poder abrir otra. Aunque me duela, aunque me duelas. Nada más que decir, me has decepcionado, mucho, tanto que hasta me duele, quizá solo fuera una niña, una niña con sentimientos, lo sigo siendo pero ahora me quiero a mi, más de lo que te quiero a ti. Hasta siempre. Hasta nunca.


lunes, 13 de mayo de 2013

CuentaCuentos: "Pocos lo saben, pero existe otra Biblia"

Pocos lo saben, pero existe otra Biblia, la de tu cuerpo. Vino a mí el día más inesperado y me puse a leer. Empecé por tus manos, suaves, delicadas, con dedos finos y gráciles y unas uñas naturales, sin pintar. Unas manos que continuaban por unas pequeñas muñecas, algo huesudas, pero no por ello menos hermosas. En una muñeca el reloj, en la otra iban rotando diferentes pulseras. Debo admitir que la que más me gustaba era la roja, resaltaba el color de tu piel. El siguiente capítulo era tu pelo. Largo, ondulado, lo justo para poder manejarlo a tu voluntad, a veces liso, a veces rizado, pero siempre suave. El color variaba según la intensidad de la luz. Mis dedos se perdían entre tu pelo durante horas. Las mismas horas que pasabas apoyada en mi hombro con los ojos cerrados, respirando pausadamente, dejándote llevar por las caricias.

Lo siguiente que leí fueron tus piernas. Asomaban tímidamente bajo tus pantalones pirata, a veces bajo tus faldas y muy rara vez bajo pantalones cortos. Siempre me pregunté el motivo de querer esconder aquellas piernas tan bonitas bajo una capa de tela. Me volvían loco las medias. Jugaba a adivinar el color del liguero que suponía que las sujetaba, negro, rojo, blanco, según la ocasión. Aquellas preciosas piernas acababan en dos pequeños pies alargados. Siempre cubiertos, siempre escondidos, a excepción de unas sandalias que apenas usabas. Delicados hasta el extremo, siempre con alguna herida, siempre con tiritas. El mejor momento para verlos era justo después de la ducha, todavía salpicados con algunas gotas rebeldes que no se habían quedado en la toalla, justo antes de que desaparecieran entre las zapatillas de casa o dentro de los calcetines.

Sin lugar a dudas el capítulo de tu espalda lo leí con dedicación más de una vez. Admiraba su forma, sus curvas. Me perdía contando tus lunares, uno a uno, trazando constelaciones entre ellos, buscando la manera de dibujar un mapa que me llevara hasta tus tesoros más ocultos, que me revelara tus secretos, como si yo fuera un marinero perdido y tú una isla de playas vírgenes. Y los encontré, o creí encontrarlos, en el capítulo que me habló de tus pechos. Su forma, su ofrecimiento, su calidez. Descubrí cada hondonada, cada pliegue, cada rincón secreto. Leí cada centímetro de tu piel como si fuera parte de la mía. Escondí besos y sueños en tu ombligo para que nadie más los encontrara y continué a través de tu cuello y tus labios hasta llegar a tu sexo.

Leí también sobre cicatrices. De las de fuera apenas una en la rodilla, casi inapreciable, otra en la ceja, muy bien disimulada. Las demás, por dentro, tantas que es uno de los capítulos más largos. Cada una de ellas marca un rasgo de tu personalidad, esa que me hace estremecer cada vez que hablas o haces algún gesto. Establece un diccionario al que acudo cada vez que descubro algo nuevo en ti, tu forma de mover el cuello para relajarte, tu forma de mirar a través de la ventana, tu sonrisa.

Tantas veces te leí que te aprendí de memoria. Navegué en el mar de tus ojos hasta quedarme sin aliento noche tras noche perdido entre tus letras. Así fue como me dejé seducir por ti, como te idealicé y te hice mía. Fui egoísta y no quise compartirte con nadie, no podía consentir que otra persona te leyera como yo lo hacía, que encontrara los tesoros que con tanto esmero había estado escondiendo en tu cuerpo, así que lo hice. Te quemé. Te quemé y ardiste, ardieron las letras, el deseo, los sueños. Pocos fueron los que te leyeron antes que yo, ellos lo sabe, ellos conocieron la Biblia de tu cuerpo, pero ya ninguno más podrá hacerlo. Vivirás eternamente aquí, en mi recuerdo.







Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

jueves, 25 de abril de 2013

Hormigas en la misma dirección

Sales de trabajar, caminas hacia el coche, te subes y arrancas. Te pones el cinturón y sales del aparcamiento mirando por el retrovisor a ver si viene alguien. Nadie. Pisas suavemente el acelerador. Segunda. La radio suena pero no la escuchas, vas perdido en tus pensamientos. Rotonda, cruce, ceda el paso. Te incorporas al carril de aceleración y te conviertes en una hormiguita más entre la multitud. Tercera. Te pierdes en tus pensamientos a la par que tu pie se hunde en el acelerador. Cuarta. La marea de hormigas te rodea, todas hacia la misma dirección, todas con un destino diferente. Quinta. Miras hacia delante pero no a la carretera, sigues pensando. Solo distingues manchas que se van moviendo a la par que tú, alguna se cruza, alguna se pierde. Mucho trabajo en la oficina. Papeles que se acumulan encima de tu escritorio. Proyectos que no acaban de cuajar. El cajón de los problemas ya no cierra. La siguiente es tu salida, carril derecho, intermitente, cuarta. el tráfico disminuye, pocas hormiguitas te siguen. Tercera. Espabilas un poco. Segunda. Rotonda, no viene nadie, cruce, rotonda, paso de cebra. Te paras porque el de delante se ha parado también. Embrague, punto muerto. Te has dejado la botella de agua encima de tu escritorio. Te da igual. La marcha se reanuda. Segunda. Badén, tercera. Es tarde y aún así todavía quedaba gente en el despacho cuando te has ido. "Qué suerte, ya te vas" te dice alguien como despedida. Tu sonríes y asientes, "Nos vemos mañana". Y es entonces cuando te preguntas en cuándo se convirtió en una suerte irse. Cuándo las horas pasaron de ser una dedicación a ser una obligación. Cuándo dejó de gustarte tu trabajo. Desde cuándo los días solo son una sucesión de minutos y horas en los que las sonrisas no existen y los sueños se alejan cada vez más de la realidad. Entonces sin saber muy bien como llegas a casa. El coche se para delante de la puerta de la cochera. Embrague, punto muerto. Enciendes las luces y le das al botón del mando a distancia para que se abra. Las preguntas siguen invadiendo tu mente mientras la pesada puerta se mueve. Porqué ya no sonríes al levantarte cada mañana, porqué ya no te das prisa en vestirte para no llegar tarde, porqué hay veces que te encuentras a ti mismo con la mirada perdida en el infinito mientras el teléfono de tu escritorio está sonando. Primera, bajada, giro, freno. Giras la llave y apagas las luces. Bajas del coche. Por fin en casa. Mañana toca otra vez ir a trabajar. Mañana será otro día más. 

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lunes, 22 de abril de 2013

CuentaCuentos: “No le gustó lo que vio en el espejo.”

No le gustó lo que vio en el espejo. Se quedó mirándolo como ausente, triste. Se había comprado un espejo nuevo, de esos en los que se ve uno de cuerpo entero, de esos que se apoyan en el suelo y había quitado el que tenía antes, un típico espejo de baño que solo le permitía verse la cara y poco más, pero al mirarse en él nada había cambiado. Un espejo solo refleja, no hace que el reflejo mejore, ni siquiera la percepción del mismo. Se podría decir que incluso había empeorado, ahora se veía por entero. Estaba desnuda frente a él, con los brazos colgando a los lados de su cuerpo. Suspiró y empezó el análisis otro día más. 

Tenía los ojos grandes, demasiado grandes, y rojos, pero eso no importaba, mofletes, tenía demasiados mofletes, si, eso era lo importante, demasiado redondos, esponjosos. Los labios eran gordos, tan gordos que parecía que estuvieran a punto de reventar. ¿Quién iba a querer besar esos labios? Nadie. Papada, tenía papada, carne colgante informe debajo de su barbilla. Tanta que se dio asco a si misma. Apartó la mirada del espejo. No. Tenía que seguir, sino no iba a conseguirlo nunca. Volvió a su papada y contuvo sus nauseas. Bajó su mirada por su cuello hasta sus hombros, resbalando por su antebrazo y llegando a sus manos. Siguió el recorrido de sus manos con su mirada hasta que éstas estuvieron alineadas con sus hombros, formando una cruz. La tristeza invadió por completo su rostro al ver como colgaba la carne de sus antebrazos formando olas de grasa en el mar de su brazo. Volvió a ponerlos en la posición inicial, así no parecían tan deformes, aunque lo eran. Sus manos acababan en unos dedos cortos y rechonchos que parecían salchichas embutidas para perros. 

Continuó por sus pechos, demasiado grandes, caídos, que se apoyaban en su tremenda barriga, por no hablar de las mollas que caían a ambos lados de su inexistente cintura. Gorda, estaba gorda. ¿Quién iba a querer estar con alguien así? Nadie. Parecía un tonel, un tonel que continuaba en sus pantorrillas, gordas y grandes, que parecía que se superponían la una en la otra dando la sensación de que eran una sola en vez de dos piernas separadas. Sus pies eran feos y deformes. Nada de ella misma le gustaba. 

Alargó su brazo hacia el cajón del mueble del baño intentando no fijarse en la carne que colgaba de ellos y cogió un metro y una libreta pequeñita. Dejó la libreta sobre el mueble y desenrolló el metro. Rodeó su inexistente cintura hasta que estuvo segura de que el número que marcaba se correspondía con la medida real. 39,5 cm. Las lágrimas empezaron a resvalar por sus mejillas. Gorda, todavía estaba gorda. Midió sus caderas. 52,7 cm. Apuntaba cada medición en su pequeña libreta, comparando los resultados con el día anterior. Continuó con su antebrazo. 15,2 cm. Y sus muslos. 19,4 cm. Ahora le tocaba enfrentarse a la báscula. La encendió y se subió a ella. 39,95 Kg. Se cubrió la cara con las manos y rompió a llorar desconsoladamente. No había conseguido bajar ni un solo gramo desde el día anterior. La sensación le produjo arcadas. Vomitó todo lo que había desayunado, no había sido mucho, una magdalena y un vaso de leche, pero era necesario hacerlo, tenía que adelgazar como fuera, estaba gorda. Tras vomitar volvió a pesarse. 39, 32 Kg. Mejor, aunque no lo suficiente. 

Recogió sus cosas del baño, se lavó la cara, sus estúpidos mofletes seguían ahí, como sus mollas y su grasa. 




Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

lunes, 15 de abril de 2013

CuentaCuentos: “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.”

Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. Aquí estoy, tumbado en esta cama de hospital. En mi último aliento. Respiro enganchado a una máquina que me suministra la mezcla de oxígeno y demás cosas, necesaria para sobrevivir un segundo más. Mi corazón está monitorizado las 24 horas del día. Está débil, tan débil como yo. Llevo aquí los últimos dos años de mi vida. Se ha abierto la puerta, será alguna enfermera. Las enfermeras son las únicas que me visitan y me dan algo de conversación. Me asean, me dan de comer a veces, otras me enganchan la comida directamente de la máquina, mi intestino está tan viejo como yo y a veces no funciona como tendría que funcionar. La puerta no se ha cerrado todavía, que raro. Me incorporo con bastante dificultad y muy lentamente ayudado por el mando que hace que una parte de mi cama se levante. Mi respiración se acelera, al igual que mi corazón cada vez que hago algún movimiento no previsto que requiere más concentración de la habitual. Descanso por un momento hasta recobrar la calma. Cuando me sereno abro los ojos y los veo. Al rededor de mi cama están mis yos el pasado. A mi izquierda mi yo con 10 años, seguido de mi yo de 18. Tras él mi yo de 23, mi yo de 30. A los pies de mi cama me encuentro con mi yo de 42, más a la derecha mi yo de 50, mi yo de 64, mi yo de 71 y a mi izquierda, cerrando el semicirculo mi yo de 89. Vienen a pedirme cuentas, mi hora se acerca. Vuelvo a cerrar los ojos un instante. Se que cuando los abra no habrá vuelta atrás. Los abro.

Toma la palabra mi yo de 42.
- Sabes porqué estamos aquí - asiento - en ese caso empecemos.

Miro a mi yo de 10 años y sin dudarlo empieza a hablar. 
- Por tu culpa papá y mamá se peleaban continuamente, no sabes nada, no sabes obedecer, ni siquieras sabes cuando cerrar la boca y hacer caso, solo es eso, tenías que hacer las cosas que te mandaban, un poco de educación y todo se hubiese solucionado, pero no, tú siempre tienes que llevar la razón, siempre, hasta cuando no la llevas. Tenías que haberte quedado con mamá, ella te quería. Pero papá era más guay, nunca te regañaba, siempre te dejaba hacer lo que querías, eso solo era porque no le importabas, solo te utilizaba para hacerle daño a mamá, pero tú no podías pararte a pensar, tú solo pensabas en tus amigos, en la calle, estudiar te parecía una mierda y aquí el único mierda eres tú.

Respiro profundamente tras recibir el primer golpe, esto va a ser duro y solo acabamos de empezar.
El siguiente. Mi yo de 18.
- Te pasas todo el día en la calle, drogándote. Te crees el rey del barrio y en verdad das pena. Te pasas con la coca, con los porros, pero a ti no te va a pasar nada, a ti te da todo igual, no tienes trabajo ni dinero para pagarte la droga así que robas. Le robas hasta a las ancianas que van a hacer la compra al supermercado, todo vale para calmar el mono. Te follas cualquier cosa que se mueva, suerte tuviste de no pillar nada raro, aunque para seguir viviendo así mejor hubiera sido que lo pillaras.


Le toca el turno a mi yo de 23.
- Tienes un accidente que casi te cuesta la vida. Eso te hace reaccionar, más vale tarde que nunca. Dejas las drogas y decides retomar los estudios, lo básico para sacarte un módulo. Te centras. Cada vez vas sintiéndote mejor. Tanto que hasta te enamoras. Conoces a miles de personas y no causan ningún efecto en ti y conoces a una sola y te cambia la vida. Ella. Llega a tu vida y la completa, piensas que es la persona que estabas esperando, que es tu mitad, tu alma gemela y una vez más te equivocas. Vas de droga en droga, primero la coca y ahora el amor, siempre ciego.

Ella, su solo recuerdo me hace estremecer todavía. Mi corazón se resiente del golpe, late taquicárdico, a empujones.
Mi yo de 30.
- Desde que ella te deja no levantas cabeza, eres imbécil. Desperdicias los mejores años de tu vida. Estás a punto de dejar el módulo que tanto trabajo y esfuerzo te había llevado conseguir. Todo por ella. Todavía no consigo comprender que clase de hechizo te hizo porque tu comportamiento no puede justificarse de otra forma. En esa época perdiste a gente marvillosa, perdiste a gente que de verdad te quería y se preocupaba por ti. Entre ellos a tu mitad, la de verdad. Esa que estaba hecha para ti. Pero estabas tan ocupado destruyéndote a ti mismo que ni siquiera la viste. Y se fue como se van las cosas, la historia hubiera cambiado, el destino te auguraba un futuro feliz a su lado, sonrisas, felicidad, niños a los que criar. Pero mírate, estás solo. Todo llega y todo pasa si no sabes aprovecharlo. Eres un fracasado.

Llegamos a la mitad, a los pies de la cama mi yo de 42 me atraviesa con la mirada, no me quedan fuerzas para seguir así mucho tiempo.
- Sigues arrastrándote en la vida. Te llega una gran oportunidad en el trabajo y estás a punto de perderla. Estás a punto de perderlo todo. No te das cuenta de todas las oportunidades que te da el destino para que cambies de actitud, para que te valores, para que empieces de nuevo, para que salgas a la superficie y dejes de ahogarte. Te abandonas. Hasta que no te ves mendigando no reaccionas. Más vale tarde que nunca supongo, aunque la mitad de tu vida está ya perdida sin remedio.

Me paro a pensar, es cierto, malgasté un tiempo tan valioso, ahora lo se y me arrepiento pero ya nada puedo hacer para cambiar las cosas. Que caprichosa es la vida, cuando aún podía cambiarlas no quería y ahora que ya no puedo hacer nada es cuando quiero.
Mi yo de los 50 va a comenzar a hablar.
- No tuviste la crisis de los 50 porque básicamente llevabas toda la vida en crisis. Quizá te vino bien tomar perspectiva, ver que llegabas a la mitad del camino y que no tenías absolutamente nada. Eso hizo que empezaras a tomarte en serio tu trabajo. La vida te dio una oportunidad que sinceramente no merecías. Te pusiste las pilas pero ya era demasiado tarde.

Mi yo de 64 tomó la palabra.
- Llegaba la edad de jubilación pero no podías permitirte el lujo de dejar tu trabajo. Tu vista se resentía cada vez más, en la empresa necesitaban gente joven, pero solo tenías ese sustento. Conseguiste un par de años más de compasión pero la savia nueva debía sustituir a la antigua y acabaste en la calle. Solo. Buscaste a la desesperada lo que fuera para ganarte la vida y acabaste enganchado a una máquina tragaperras que te quitaba la vida además del dinero. Ni pedías ayuda ni te dejabas ayudar. Volviste a perder el tiempo, ese tiempo que nunca regresa.

Es cierto, todo era cierto, malgasté la vida haciendo todo aquello que no debí, pero la vida no viene con instrucciones, no te adjuntan un archivo al nacer, ni siquiera aunque estés haciendo las cosas bien tienes certeza de que así sea. Dos más, solo dos reproches más.
Esta vez el turno fue para mi yo de 71.
- Apenas eres consciente de la vida que has desperdiciado. Te arrastras ante cualquier persona que quiera darle una limosna a un pobre desgraciado. Todavía hay gente que se apiada de ti y te da algo de comer. Malcomes, malduermes, malvives. La sonrisa desapareció de tu rostro muchos años atrás, todo por Ella. ¿De verdad valió la pena? Debes reconocer que no, por ti y por todos los que estamos aquí hoy.

Diciendo esto pasó el turno al siguiente.
- A los 89 una ambulancia te recogió de la calle medio muerto y desde ese día estás enchufado a esa máquina. Dos años han pasado ya de aquello. Cada latido de tu débil corazón es registrado, cada bocanada de aire que llega a tus pulmones es programada. Apenas eres capaz de hablar. Apenas te mueves. Hoy venimos a pedirte explicaciones antes de que mueras. Venimos a eneñarte lo que no supiste hacer, vivir. Estos serán tus últimos pensamientos, no los desaproveches también.

Tenían razón, todo lo que se había dicho en esa habitación era cierto. He desaprovechado mi vida. Ahora lo veo, pero antes no era capaz de verlo. Nos pasamos la vida arrepintiéndonos de nuestras decisiones del pasado, cuando eso ya no importa en el presente y lo único que conseguimos es perder nuestro futuro. Si tuviera otra oportunidad haría las cosas de otra manera. Pero vida solo hay una y la mia se está acabando. Lo noto. Estoy cansado. Mi corazón late cada vez más lento. Me pesa todo el cuerpo. Mi respiración es más pausada. El momento se acerca. Pronto. Todo pasa y todo llega, la vida, también llega a su fin. Todos se cogieron de la mano, mi yo de 89 cogió mi mano derecha y mi yo de 10 hizo lo propio con la izquierda. Al fin pude descansar en paz. El ciclo de la vida se había cerrado.







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lunes, 8 de abril de 2013

CuentaCuentos: "He recorrido océanos de tiempo para encontrarte."



He recorrido océanos de tiempo para encontrarte. El primer recuerdo nuestro que tengo se remonta a la primera venta de esclavos a la que asistí en casa de tu tío. Eras una simple esclava de belleza más bien escasa, pero bastante resuelta a la hora de seguir órdenes. Apenas unos segundos, te pedí que rellenaras mi copa de vino, ni siquiera nos miramos a los ojos, ninguno de los dos nos vimos. Te vendieron esa misma noche, al mejor postor, un hombre de barba larga y canosa, con mucho dinero y con pocos escrúpulos. No te volví a ver.

La segunda vez que nos encontramos fue una lluviosa mañana de abril. Me encontraba ensillando mi caballo para una justa, la primera del año, después de haber estado un tiempo recuperándome de una lesión en la rodilla. Nadie apostaba ya por mí, decían que era viejo para esas cosas, que cualquiera podría derrotarme. La armadura se me había empezado a oxidar con tanta lluvia, pero tenía experiencia, cosa que los caballeros más jóvenes no tenían. Unos niños pasaron junto a mi caballo y éste se encabritó. Apoyándose en sus patas traseras se elevó hacia el cielo, su relincho fue como un quejido. Los niños salieron corriendo, alguno incluso llorando. En ese momento, tú admirabas las telas que te ofrecía un mercader sin mucho entusiasmo cuando te llamó la atención el llanto de un niño que corría hacia los brazos de su madre. Te perdiste entre la multitud cuando empezó la justa. Después de caer derrotado recogí mis cosas y partí. 

 La siguiente vez estuvimos a punto de tocarnos. En la plaza del pueblo se habían congregado una multitud de curiosos. El sheriff había dado caza por fin a un indio que se decía que había cometido terribles crímenes, entre ellos violar a la hija menor del terrateniente, robar los cultivos de varias granjas y quemar el granero. Lo traían atado de pies y manos, arrastrado por un caballo. Al pasar entre la multitud lo desataron y lo pusieron en pie. Se tambaleó, perdiendo el equilibrio, cayéndose casi de inmediato. Fue a caer encima de una señora que fue retirada a tiempo por un hombre musculoso de uniforme. La pobre mujer casi vomita del asco repentino. Lo volvieron a enderezar y lo llevaron a la cárcel a la espera de que el juez del pueblo lo juzgara, por supuesto en un juicio justo, en el que no podría defenderse al no hablar el mismo idioma y en el cual era culpable hasta que alguien, que no iba a aparecer, demostrara lo contrario. El castigo era la muerte. El indio era yo. 

En una ocasión me encontraba arreglándome para salir. Había quedado con una chica, la primera cita, tenía que sorprenderla, ser un galán. Mi padre me había estado dando consejos durante toda la tarde, estaba agotado, abrirle la puerta, acercarle la silla, coger su chaqueta, esperar a que ella se siente, ser elegante, ameno, captar su atención… demasiadas cosas para recordar. Había reservado una mesa para dos en un local de la ciudad, nada de un antro barato pero tampoco un sitio que no pudiera pagar. Mi madre me había planchado la camisa con mucho esmero y había puesto un pañuelo doblado en la solapa de mi chaqueta, un toque femenino nunca viene mal. La recogí en su casa, como es costumbre su demora hizo que mis nervios afloraran. Torpemente balbuceé unas cuantas frases sueltas por el camino hasta que llegamos. Ella se reía, era a lo más que podía aspirar aquella noche. El plato fuerte además de la pierna de jabalí con salsa de arándanos, era el espectáculo de música en vivo. Esa noche cantaba una mujer entrada en carnes con el pelo rizado más alborotado que había visto hasta entonces. Su voz era angelical a la vez que fuerte y decidida. La acompañaban en el escenario una mujer tocando el violín y un caballero que tocaba el piano. Tú eras la mujer del violín.

La inauguración del primer ferrocarril, Londres. Recuerdo que iba muy nervioso, no me soltaba de la mano de mi madre, apenas levantaba un metro del suelo y temía perderme entre tanta gente. El trajín de la estación, en el andén se amontonaban las autoridades pertinentes que ocuparían al día siguiente todas las portadas de los periódicos influyentes y yo lo iba a presenciar. En la entrada una niña vendía flores por una moneda de cobre, tenía la cara llena de pecas y el pelo rojo. Debajo del reloj de la estación una abuelita le daba de comer a las palomas mientras que el gerente la miraba de reojo. El ferrocarril iba atestado de gente que sacaba pañuelos blancos a través de las ventanas para despedirse de sus seres queridos. Tú, tumbada en un carrito de bebés no dejabas de llorar. Una vez más no nos conocimos. 

Otra vez, por casualidad cruzamos la mirada en un semáforo. Vestías un pantalón vaquero desgastado, muy a la moda, una camiseta ajustada que dejaba entrever tus encantos. El pelo recogido en una trenza que caía por tu hombro derecho. Llevabas una carpeta en las manos bastante desordenada, intentabas poner algo de orden en el tiempo que tardaba el semáforo en volver a ponerse verde para poder cruzar. El sol te daba en la cara y hacía que entrecerraras tus preciosos ojos al natural. Yo estaba en la acera opuesta, aquella vez era el vendedor de un puesto ambulante de perritos calientes, el Nueva York de siempre y sus comidas rápidas. Por mi puesto pasaban miles de personas al día, algunas con prisa, otras con una sonrisa.  La tuya no, ese día no. 

Y de repente un día desperté y te vi. Estabas tendida en mi cama, durmiendo. El sol besaba tu piel desnuda y mi mente empezó a hilar recuerdos. Tú y siempre tú. Me he pasado cada una de mis vidas buscándote aún sin saberlo. Pudimos habernos conocido en todas y cada una de ellas pero no lo hicimos, porque el destino nos tenía preparado algo mejor. Ahora estoy aquí, frente a ti, reflejándome en tu mirada y sé que eres tú, que siempre lo fuiste. Abrázame y toma mi mano, por una vez hagamos las cosas bien, hagamos el resto del camino juntos. 


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lunes, 1 de abril de 2013

CuentaCuentos: “Quería estar cerca y para ello me fui lo más lejos posible.”

Quería estar cerca y para ello me fui lo más lejos posible... 

Quería que me perdonaras pero fui un cobarde...

Quería quererte, solo eso...

Quería ser lo que nadie había sido antes para ti...

Quería dedicar cada día de mi vida a hacerte feliz...

Quería sentir tu piel junto a la mía...

Quería hacerte sonreír...

Quería verme en tu mirada...

Quería dejar de pensar y actuar, besarte en un descuido, abrazarte y no soltarte nunca...

Quería darle la vuelta al mundo para abrazar tu espalda...

Quería decirte que te echo de menos...

Tachó y arrugó el papel una vez más. Se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas. Nunca escribiría esa carta. Lo sabía desde que tomó la decisión de irse, pero se mentía una y otra vez, como hacen los locos, como hacen los ciegos. Loco por ella, ciego de amor, la peor combinación. Cobarde, quizá lo fuera. Querer solucionar los problemas evitándolos es como romper un reloj para que así el tiempo se pare. Y allí estaba, como un reloj roto, viendo el tiempo pasar e imaginándola en la distancia. Todo fue como un sueño, donde ella era la princesa del castillo esperando a ser rescatada por un apuesto príncipe a lomos de un corcel blanco. Solo tenía que matar al dragón y rescatarla para vivir felices para siempre. Entonces apareció una bruja, una muy malvada. Tan malvada que utilizando un hechizo confundió al príncipe para que acabara matando a la princesa y liberando al dragón de su esclavitud. Cuando se dio cuenta de lo que en verdad había hecho ya era tarde. Su princesa estaba tan guapa, que incluso metida en esa caja de madera no pudo más que amarla. Sobre la mesa un certificado médico: "Locura transitoria". Quizá la peor locura sea seguir vivo.




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domingo, 24 de marzo de 2013







Un pais, una ciudad, una calle.
 
Una mirada que se cruza entre dos desconocidos, que de haberse conocido serían el uno para el otro.

El mundo sigue girando, siempre a la misma velocidad.


lunes, 18 de marzo de 2013

CuentaCuentos: “Supongo que cambié inspiración por felicidad”

Supongo que cambié inspiración por felicidad. Inspiración e ilusión. Ese torbellino de mariposas que se forma en mi estómago cada vez que nuestras miradas se cruzan, que se asoman a mis ojos para verte sonreir y aumentan mis pulsaciones cuando te acercas. Se esconden detrás de mis mejillas sonrosadas, detrás de mis ganas de llenarte los labios de recuerdos, quietas. Tú me ves pero no me miras, la miras a ella. Quizá tus mariposas se asomen también a mirarla, creando ese brillo especial en tus preciosos ojos marrones. Tu sonrisa es más grande cuando ella sonríe, sobre todo si son tus palabras las que provocan su sonrisa. ¿Y qué puedo hacer yo si solo soy una niña que juega a ser mujer? Una niña que cada noche susurra tu nombre en sus sueños y cada mañana al despertar, te imagina durmiendo a su lado. Tú, mientras, despiertas en otra cama, dibujando historias en su espalda desnuda. Ella te da estabilidad y yo solo puedo darte sonrisas para desayunar, besos para almorzar, cosquillas para merendar y amor para cenar, cosas de niñas. Vosotros os amais y os haceis daño, cosas de adultos. Yo mientras tanto sigo pensado que las mejores guerras son las de almohadas, que la mayor distracción son tus labios y que el mejor castigo es que me retengas entre tus brazos sin posibilidad de moverme. Lloro abrazada a mi peluche favorito, le he hablado tanto de ti que me ha dicho que quiere conocerte, algún día, le prometo, mientras me prometo a mi misma que será la ultima vez que llore por ti. Ella te hace feliz y yo nunca tendré la posibilidad de intentarlo. Cambié mi inspiración por tu felicidad, sin duda, todos salimos ganando. 


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lunes, 11 de marzo de 2013

CuentaCuentos: "A esas horas de la mañana no tenía paciencia para nadie, normal que terminase con un cuchillo entre pecho y espalda”

A esas horas de la mañana no tenía paciencia para nadie, normal que terminase con un cuchillo entre pecho y espalda. Y eso que he de reconocer que el día empezó tranquilo, con una sonrisa, como había acabado la noche anterior. Las últimas noches para ser sincera habían acabado todas en una sonrisa, a ratos picarona, a ratos de complicidad, a ratos simplemente de felicidad. Felicidad al oírte hablar, al verte sonreír de nuevo, después de tanto tiempo, después de tanto tropezar una y otra vez. Ser una polea y ayudarte a levantarte siempre era duro pero siempre compensaba, con cada sonrisa, con cada palabra, a veces una sola mirada bastaba para hacerme sonreír, para hacerme recordar.

Pero volviendo a la mañana en cuestión, amaneció nublado, de esos días en los que no sabes si se va a despejar o si por el contrario va a acabar diluviando, con lo cual decidirse por algo de ropa que ponerse siempre es complicado. Abrí mi armario y aposté por algo cómodo, en mi línea, unos vaqueros y una camiseta de manga corta de colores. Por encima un jersey de manga larga por si el día se decidía a refrescar y unos botines por si al final decidía llover. Rebusqué entre las miles de cosas que almaceno en mi silla hasta encontrar mi bolso, un rápido vistazo a su interior para comprobar que estaba todo y a comerme el día. Nada más salir al girar la llave escucho un crack y me da un microinfarto. Cuando vuelve a latirme el corazón compruebo que se ha partido la llave y se ha quedado la mitad en mi mano y la otra mitad dentro de la cerradura. "Bueno, al menos así estoy segura de que no van a entrar a robarme" pienso, intentando ver el lado positivo de la situación. Consigo avanzar hasta el ascensor, le doy al  botón y espero. Espero, espero y espero y podía haber seguido esperando de no ser porque la vecina salía de su casa a esa misma hora y me dijo que estaba estropeado. Un "genial" pasa por mi mente pero no por mucho tiempo, vuelo por las escaleras sin querer mirar la hora y rezando para que el autobús llegue tarde como todos los días. Salgo del portal casi sin aliento y me dirijo hacia la parada del autobús. Para mi sorpresa descubro, demasiado tarde, que había estado lloviendo durante toda la noche y que aún quedan charcos a los lados de la carretera, y digo demasiado tarde porque con las prisas voy pegada al bordillo y un coche pasa demasiado cerca y demasiado rápido, mojándome los pantalones y la mitad izquierda del jersey. Sin tiempo para maldecir a nadie veo como el autobús llega a mi parada y pasa de largo ya que no hay nadie esperándolo. Llegados a este punto de mi sonrisa solo queda un mal esbozo y encima mojado.

Quince minutos de espera después consigo subirme a otro autobús que con suerte me llevará al trabajo y digo con suerte porque no es normal como chirrían las bisagras de la puerta, ni como se mueven los asideros de ambos lados de los asientos, ni siquiera que sea capaz de entrar tantísima gente en tan poco espacio. Semi mareada por la falta de oxígeno me bajo un par de paradas antes y sigo andando esperando así recuperar las dosis de paciencia que he ido perdiendo por el camino. Nada más lejos de la realidad, nada más bajarme meto el pie en un nuevo charco y descubro que debí haber tirado esos botines hace tiempo y que el agua del charco además de sucia está fría. Recojo la poca dignidad que me queda y sigo andando. Al poco levanto la vista y te veo al otro lado de la acera, apoyado en un coche. Pienso que por fin mi día se va a arreglar y levanto la mano para saludarte en el mismo momento que me doy cuenta de que no estás solo, con lo cual vuelvo a bajar la mano, no quiero interrumpir. La curiosidad hace que en vez de seguir caminando me detenga y mire mejor. No puede ser, ya lo que me faltaba para terminar de mejorar el día. Ella. ¿Cómo puedes estar hablando con ella? ¿No ha tenido ya bastante? ¿No has tenido ya bastante? Me bloqueo, mis piernas no responden, simplemente me quedo anclada a la acera, el mundo se detiene, se que estoy estorbando porque la gente que pasa a mi lado me roza intentando que me aparte, pero sin conseguirlo. Me convierto en un tentetieso de esos, chocando con la gente pero incapaz de levantar los pies del suelo. Mis ojos no dan crédito, la estás abrazando. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No entiendo nada y me estoy ofuscando, así que de un momento a otro voy a entender menos. El abrazo más largo del mundo, ¿es que no va a acabar nunca? El abrazo acaba pero no la sueltas, resbalas tu mano por su brazo hasta la suya y la coges. La coges de la mano y sonríes.

La cabeza me da vueltas, muchas vueltas, tengo que estar soñando, debe ser eso, pero siento el pie todavía mojado así que debe ser que no, que estoy despierta. Sigues con tu mano unida a la suya, habláis, reís, tiras de ella hacia ti suavemente, como a cámara lenta y la besas. Ahora si que me mareo, tanto que creo que me voy a caer al suelo, tanto que tengo que apartar la vista, esto duele, duele demasiado, que innecesario, doy un par de pasos y me apoyo a lo primero que encuentro. Intento respirar, intento calmarme, pero no puedo, las ideas se atropellan en mi cabeza, sigo viendo como la besas y como sonríes y ya no se si lo estoy volviendo a recordar en mi cabeza o si es que la estás besando de nuevo. Tantas noches sin dormir, tantas palabras gastadas, medidas, marcadas, para ayudarte a olvidar, a vivir, ¿dónde quedaron? El corazón se me va a salir del pecho y no tengo claro si es de rabia, de incertidumbre, de sorpresa, de celos, de odio, o de qué. Por fin os separáis, ella entra a trabajar y tú avanzas por la acera con una sonrisa bien visible en los labios. Por un momento pienso en esconderme para que no me veas, pero luego recapacito, en tu estado aunque me chocara contigo serías incapaz de reconocerme así que ni siquiera me molesto en disimular que te sigo con la mirada. Me voy cabreando a cada paso que das, mis latidos suenan como tambores de guerra que anuncian la batalla, no me hace falta más para cruzar la calle corriendo y caminar en dirección contraria a la tuya. Cuando estoy en la puerta de la cafetería hecho un vistazo rápido al coche donde has estado sentado minutos antes y me duele, "voy a hacerlo por ti, algún día me lo agradecerás". Abro la puerta y la busco con la mirada. Ardo por dentro y por fuera, cegada por la ira, hasta que la encuentro. Nuestras miradas se cruzan y no hace falta nada más. La chispa enciende la llama y nos abalanzamos la una sobre la otra, las palabras sobran y las manos no son suficientes. En un descuido encuentro un objeto punzante, me da igual que es, no lo pienso, solo actúo y lo clavo, gritos, sangre y dolor a partes iguales. La gente que se agolpa al rededor de nosotras consigue separarnos pero ya es tarde. Me doy la vuelta dejándola en el suelo y salgo sin mirar atrás. ¿Por qué me duele tanto? ¿Por qué me arde el pecho? No puedo pensar, no puedo respirar, no puedo. Dos pasos más y me desplomo en la acera, al lado del coche donde el destino quiso que te sentaras a besarla. Me duele, me palpo el pecho y descubro que la sangre mana a borbotones de él. No vale la pena intentar parar la hemorragia, demasiada sangre, cierro los ojos y sonrío. Evidentemente el día no podía terminar de otra manera, mi último pensamiento eres tú y mis últimas palabras también son para ti: "Sé feliz"




Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

lunes, 4 de marzo de 2013

CuentaCuentos: "Y el baúl se quedó vacío"

Y el baúl se quedó vacío y de sus ojos brotaron lágrimas sin quererlo. El baúl se había ido vaciando a medida que ella había ido ganando años. Recordaba como si fuera ayer el día en que empezaron a llenarlo, los dos juntos. "Lo llenaremos de nuestros momentos" se decían, "Lo llenaremos de besos y abrazos para que puedas sentirlos siempre que quieras", y se besaban, y algún beso dejaban caer en el baúl que los acogía en silencio. Había ido racionando aquellos besos según los necesitaba, besos en la frente en las noches de insomnio, para poder dormir; besos en el cuello en las noches en las que recordaba sus manos acariciando sus caderas, largas noches de susurros y miradas cómplices. Para las noches frías reservaba los abrazos, aún tenían su olor que lo impregnaba todo cuando llegaba. En el baúl no todo eran momentos felices, también había sitio para el odio y el rencor, en las peleas siempre se colaba algún grito, algún mal gesto. Esos también los había gastado ya, cuando se empeñó en olvidarle, en creer que él no era para ella. Cuando cerró la puerta con un portazo y un adiós y ambos se separaron. No volvieron a encontrarse.

Ahora el baúl estaba vacío, tan vacío como ella. Ya no cuenta las cicatrices que le fue dejando en su corazón, sino las arrugas que fue creando en su cuerpo el irremediable paso del tiempo. Se pregunta cómo hubiera sido y sólo le responde el silencio, el mismo silencio que ahora llena el baúl, el mismo silencio que acompaña sus lágrimas, ese silencio que la acompaña en las noches frías y que impregna su vida. El baúl se vacía y sus fuerzas se acaban. Es la hora de los reproches, de los porqués, de los y si hubiera, de los tal vez. El pasado no vuelve y el futuro no espera. En otra vida quizá vuelvan a encontrarse, con otro rostro, otro nombre y otro cuerpo, quizá sus miradas vuelvan a cruzarse como aquella primera vez en una estación de metro o quizá solo se crucen en sueños o quizá ni eso. Poco a poco se recuesta en su sillón, suspira y su recuerdo inunda su mente, cansada, cierra los ojos sin saber si llegará a ver un nuevo amanecer.



Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

martes, 15 de enero de 2013

De CuentaCuentos: "Y ahora sólo puedo decir: adiós amor, adiós."

"... y ahora sólo puedo decir: adiós amor, adiós, ya no volveré una vez más a pedirte perdón, ya no..." La radio sonaba en la habitación, ya oscura. Ella en el suelo, con miedo. Sin moverse, sin hablar, sin apenas respirar. "... mi vida, no soy tuya, mi vida, no es tuya..." Sus brazos, sus piernas, su cara, restos de una batalla que duelen. Por dentro, los golpes también duelen. "... y entonces entendí que aunque te amaba tenía que elegir otro camino..." Normas, reglas, límites, debía recordarlos mejor. Era tonta. Él lo decía. Debía de tener razón. "... y ahora sólo puedo decir que ya me voy, que mi vida empieza hoy..." No hay lágrimas en sus mejillas, ni paz, ni amor, ni sueños, de eso tampoco queda. 
"... no voy a intentar vivir, lo voy a conseguir, me levantaré, renaceré y seré fuerte, fuerte sin ti..." El campo de batalla sigue tranquilo, por ahora. Palabras que hieren, silencios que matan. La radio sigue sonando. "... y ahora solo puedo decir: adiós amor, adiós..."





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miércoles, 9 de enero de 2013

Relato previo




La bella bellísima se aleja triunfal tras haber visto como el agua se traga su pasado.
  
El océano se revuelve, se agita. Se enfurece ante la mentira. En sus entrañas acuna y protege un alma que deposita, al fin, en lugar seguro.
   
Aturdido, más muerto que vivo abre los ojos.
  
- ¿Quién soy? ¿Dónde estoy?
   
- Destino - Recupera su sonrisa y atisba un futuro en el horizonte.

lunes, 7 de enero de 2013

De CuentaCuentos: “Corriendo detrás de la verdad, entendí la teoría de Einstein”

Corriendo detrás de la verdad, entendí la teoría de Einstein, la relatividad. Déjame contarte esta historia desde el principio, cuando todavía creía en tus sonrisas, en tus caricias y en tus te quieros. Cuando vivía por y para ti. Cuando despertaba por la mañana con una sonrisa en los labios porque estabas a mi  lado, todavía dormida y te acariciaba el pelo suavemente por miedo a que te despertaras. Eran días felices, como nunca los he tenido. Tenía trabajo, tenía amigos y te tenía a ti. ¿Qué más podía pedir? Que no me mintieras, que fueras sincera, ahora lo se, pero antes no, no lo sabía.

No me diste tiempo para dudar, una noche volviste a casa del trabajo, yo hacía poco que había vuelto también, te esperaba con la cena lista y una sonrisa, solo para ti. Llegaste sin hambre, como siempre últimamente y te encerraste en la habitación. Tampoco hubo tiempo para preguntas porque yo ni siquiera sabía que se debían formular. Un día duro, pensé, trabaja demasiado, convencido de que así era, a día de hoy prefiero no pensar. Saliste cuando terminaba de fregar los platos. Todo sucedió tan rápido que apenas tuve fuerzas para sostenerme en pie. Llorabas, llorabas tanto que se me hacía difícil comprender que pasaba. Apenas conseguía entender alguna palabra suelta que salía de tu boca pero cada una que lograba descifrar se clavaba en mi alma como un puñal. Mal, final, nunca, adiós. No supe que decir porque no sabía que estaba pasando, tú me mirabas sin verme, yo te escuchaba sin poder creerte. Intenté acercarme a ti pero no me dejaste, llorabas y yo intentaba calmarte, o eso creía, porque no dejabas de llorar. Esto no nos esta llevando a ninguna parte, es tarde y lo mejor es irse a dormir. Caíste en un sueño profundo tras haberte desahogado mientras yo no conseguí pegar ojo en toda la noche, relativo, que relativo es dormir, para ti era sueño y para mi era realidad, una realidad que me apretaba el pecho y no me dejaba respirar.

La mañana no trajo más que silencio. Yo invadía el espacio con preguntas y solo me contestaba el silencio. Cuando lo viste oportuno abriste la boca, tus palabras contaban algo sobre amor e ilusiones perdidas, iluso de mi que siempre pensé que una cosa iba pegada a la otra y no se podían separar, supongo que eso también es cosa de la relatividad. Tu voz sonaba tranquila, pausada pero decidida, no había marcha atrás, lo supe en cuanto vi que en tus ojos solo había comprensión ante mis súplicas. Gracias por no dejar que me siguiese humillando ante ti, gracias por coger tus cosas y marcharte cuando viste que me estaba volviendo loco. Cada palabra tuya me había hecho una herida en el corazón que con cada latido se abría y sangraba, sangraba por dentro y moría por fuera. Nuestra historia no podía acabar con un portazo, no debía acabar así, en mi mente no había acabado así, en mi mente nunca había acabado.

Tardé un tiempo en intentar entender que había pasado, estaba desorientado, perdido, muerto. Cuando conseguí reunir suficiente fuerza cogí el teléfono y llamé. Un tono, dos, tres, cuatro, nada. Esperé y volví a marcar. Un tono, dos, tres, cuatro, nada. Tenía que haber perdido la esperanza en algún  momento pero no lo hice, no podía permitírmelo. Dos días de llamadas después me contestó otra voz, "Deja de llamar, ahora está conmigo, olvídala". En ese momento entendí la relatividad de las palabras, no es por ti es por mí, claramente debiste decir es por otro, pero se ve que era demasiado obvio, al igual que no era el momento, debió ser que era el momento para otro. Mientras yo construía mi mundo a tu imagen y semejanza, tú lo construías a imagen y semejanza de otro, que relativo es todo y que ciego estuve para no verlo. 

Ahora ya no me quedan lágrimas por llorar, quizá es que ya no las noto, igual que ya no noto el corazón, me dejaste un corazón sangrante y ahora tengo un corazón vacío. La ventaja es que ahora solo tengo la opción de llenarlo, ironías de la vida, también te doy las gracias por eso. Tenía razón Einstein diciendo que "Todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas", yo ignoraba que eras una mentira, tú ignorabas que yo te quería, aunque quizá todo fuese relativo, ya que yo creía en tus mentiras y tú solías decir que me querías. 






















Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos


Dedicada, para poder recordar 

domingo, 6 de enero de 2013

 
Antes de estrellarse contra el suelo, la miró con asombro. 
                  
Saltaremos juntos - le había asegurado la bella bellisima - Una. Dos. Y tres. 
Y él se precipitó. Y la bella bellísima le soltó la mano. 
                   
Y desde lo alto, asomada bellísima en azul, le juró que le amaría hasta la muerte.