jueves, 16 de mayo de 2013

Querido X, Hola ¿qué tal?, X, Hola, soy yo, la que siempre ha estado ahí para ti, solo pasaba para saludar, pero ya veo que estás ocupado, como siempre cuando te interesa. ¿Cómo estás? ¿Cómo te va todo? tanto tiempo sin saber de ti, no porque no quisiera sino porque pasas de mi. Anoche me estuve acordando de las noches sin dormir mandándonos mensajes, sonreí y lloré a la vez, qué recuerdos ¿eh? aunque dudo que lo recuerdes. Siempre estaba ahí cuando me necesitabas, fuera lo que fuera, de eso supongo que tampoco te acordarás, me dabas las gracias por escucharte, por ayudarte. Siempre decías que nunca podrías agradecerme todo lo que hacía, que te ayudaba más de lo que pensaba, no te creas, quizá me haga una idea. Las noche se juntaba con el día y volvía a anochecer y seguía ahí. Como una imbécil. Pasó el tiempo y fui yo la que necesitó que me escucharas, simplemente, no te pedí nada más. Pero no te encontré, no estabas ahí. ¿Dónde estabas? ¿A quién te estabas tirando que era más importante que yo? Te necesité de verdad, como nunca necesité a nadie, y ni siquiera te dignaste a contestarme aunque fuera al día siguiente. Quizá el reproche llega tarde, demasiado tarde, quizá ni siquiera te importe, que será lo más probable, quizá solo me pasé por aquí porque yo si lo necesitaba, para cerrar una etapa y poder abrir otra. Aunque me duela, aunque me duelas. Nada más que decir, me has decepcionado, mucho, tanto que hasta me duele, quizá solo fuera una niña, una niña con sentimientos, lo sigo siendo pero ahora me quiero a mi, más de lo que te quiero a ti. Hasta siempre. Hasta nunca.


lunes, 13 de mayo de 2013

CuentaCuentos: "Pocos lo saben, pero existe otra Biblia"

Pocos lo saben, pero existe otra Biblia, la de tu cuerpo. Vino a mí el día más inesperado y me puse a leer. Empecé por tus manos, suaves, delicadas, con dedos finos y gráciles y unas uñas naturales, sin pintar. Unas manos que continuaban por unas pequeñas muñecas, algo huesudas, pero no por ello menos hermosas. En una muñeca el reloj, en la otra iban rotando diferentes pulseras. Debo admitir que la que más me gustaba era la roja, resaltaba el color de tu piel. El siguiente capítulo era tu pelo. Largo, ondulado, lo justo para poder manejarlo a tu voluntad, a veces liso, a veces rizado, pero siempre suave. El color variaba según la intensidad de la luz. Mis dedos se perdían entre tu pelo durante horas. Las mismas horas que pasabas apoyada en mi hombro con los ojos cerrados, respirando pausadamente, dejándote llevar por las caricias.

Lo siguiente que leí fueron tus piernas. Asomaban tímidamente bajo tus pantalones pirata, a veces bajo tus faldas y muy rara vez bajo pantalones cortos. Siempre me pregunté el motivo de querer esconder aquellas piernas tan bonitas bajo una capa de tela. Me volvían loco las medias. Jugaba a adivinar el color del liguero que suponía que las sujetaba, negro, rojo, blanco, según la ocasión. Aquellas preciosas piernas acababan en dos pequeños pies alargados. Siempre cubiertos, siempre escondidos, a excepción de unas sandalias que apenas usabas. Delicados hasta el extremo, siempre con alguna herida, siempre con tiritas. El mejor momento para verlos era justo después de la ducha, todavía salpicados con algunas gotas rebeldes que no se habían quedado en la toalla, justo antes de que desaparecieran entre las zapatillas de casa o dentro de los calcetines.

Sin lugar a dudas el capítulo de tu espalda lo leí con dedicación más de una vez. Admiraba su forma, sus curvas. Me perdía contando tus lunares, uno a uno, trazando constelaciones entre ellos, buscando la manera de dibujar un mapa que me llevara hasta tus tesoros más ocultos, que me revelara tus secretos, como si yo fuera un marinero perdido y tú una isla de playas vírgenes. Y los encontré, o creí encontrarlos, en el capítulo que me habló de tus pechos. Su forma, su ofrecimiento, su calidez. Descubrí cada hondonada, cada pliegue, cada rincón secreto. Leí cada centímetro de tu piel como si fuera parte de la mía. Escondí besos y sueños en tu ombligo para que nadie más los encontrara y continué a través de tu cuello y tus labios hasta llegar a tu sexo.

Leí también sobre cicatrices. De las de fuera apenas una en la rodilla, casi inapreciable, otra en la ceja, muy bien disimulada. Las demás, por dentro, tantas que es uno de los capítulos más largos. Cada una de ellas marca un rasgo de tu personalidad, esa que me hace estremecer cada vez que hablas o haces algún gesto. Establece un diccionario al que acudo cada vez que descubro algo nuevo en ti, tu forma de mover el cuello para relajarte, tu forma de mirar a través de la ventana, tu sonrisa.

Tantas veces te leí que te aprendí de memoria. Navegué en el mar de tus ojos hasta quedarme sin aliento noche tras noche perdido entre tus letras. Así fue como me dejé seducir por ti, como te idealicé y te hice mía. Fui egoísta y no quise compartirte con nadie, no podía consentir que otra persona te leyera como yo lo hacía, que encontrara los tesoros que con tanto esmero había estado escondiendo en tu cuerpo, así que lo hice. Te quemé. Te quemé y ardiste, ardieron las letras, el deseo, los sueños. Pocos fueron los que te leyeron antes que yo, ellos lo sabe, ellos conocieron la Biblia de tu cuerpo, pero ya ninguno más podrá hacerlo. Vivirás eternamente aquí, en mi recuerdo.







Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos