domingo, 29 de septiembre de 2013

CuentaCuentos: “A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano”

"A través de las nubes, allí hay un atajo que te lleva a la luna de verano. Me lo enseñaste tú la primera vez que hablamos en aquel parque. Yo solía ir a leer allí y tú no tengo claro que hacías pero siempre acababas cruzándote en mi camino. Aquel día te decidiste a entablar conversación y me abriste un mundo nuevo, el cielo, las nubes, las estrellas. Se nos hizo tarde buscando el camino que nos llevara a la luna y acabamos buceando cada uno en los ojos del otro. A partir de ese día se sucedieron los encuentros, las charlas, ya no solo en el parque sino en alguna cafetería, dando un paseo, en cualquier plaza, en cualquier rincón. El amor nos encontró agarrados de la mano una tarde de muchas, ya no recuerdo si era verano o era invierno, silbabas una canción y envuelto en un halo de magia y misterio empezaste a  bailar conmigo en mitad de la calle. Yo reía mientras intentaba inútilmente no pisarte una y otra vez. Tú parecías no notarlo porque proseguías con el baile y la canción. Cuando te pareció oportuno, entre risas, dejaste de cantar pero tu mano ya no soltó la mía.

Ahí empezó nuestra historia, o quizá había empezado mucho tiempo atrás sin que nos diéramos cuenta. Fuimos dos locos enamorados que se descubrían cada día como si fuera la primera vez que se veían. Nuestros labios surcaron miles de caminos nuevos sobre nuestros cuerpos desnudos. Nos leímos como solo dos enamorados pueden llegar a leerse. Sin prisa, con atención, respetando cada punto y cada coma. Fuimos felices como nadie más podría llegar a serlo nunca. El destino, las circunstancias, puedo ponerle muchos nombres a algo que no se a ciencia cierta que fue, nos partió en dos aquella mañana. Una llamada por teléfono mientras desayunábamos. La posibilidad de empezar una vida nueva lejos de allí. Nos ilusionamos, soñamos despiertos, creamos castillos en el aire, ese mismo aire que nos faltaba después de cada beso. Cuando nos dimos cuenta de que la realidad era bien distinta a nuestros sueños yo estaba saludándote desde el andén mientras tú partías hacia tu destino. Supe que nunca más volvería a verte.

Durante los preparativos de tu viaje tejimos una unión que creímos imposible de romper por la distancia. Intentamos burlar al destino con la confianza típica de la juventud y del amor. Nos hicimos tantas promesas que las escribimos para no olvidarlas. Al igual que pasamos años escribiéndonos todos los meses. Quería creer que era solo cuestión de tiempo, que volverías, que encontraríamos la manera de sobrevivir a la distancia, al olvido, que nuestro amor era más fuerte. Lo era. Tanto que temí que te hiciera demasiado daño, que no te dejara ver el futuro ya que nosotros solo podíamos vivir de pasado. Así que lo hice. Te escribí una carta contándote que ya no era lo mismo, que las cosas habían cambiado, que la distancia había deshilachado lo nuestro, que el amor no había podido resistir, que se había apagado aún sin quererlo.

Sabía que aquella carta iba a destrozarte, lo sabía. Pero también sabía que después del dolor inicial y de saberte perdido y decepcionado, encontrarías la manera de volver a sonreír, de volver a ser tu mismo. No encontré una manera mejor de hacerlo. No podía permitir que vivieras anclado a un amor imposible, el nuestro. Te merecías ser todo lo feliz que yo no podía hacerte. Y así lo hice, reuní todo el valor que pude para enviar esa carta, reescrita mil veces, llorada unas mil más. Deseé que encontraras a esa persona que volviera a hacerte reír, alguien con quien crecer, alguien a quien amar.

Después de eso esperé. Esperé que pasara el tiempo, pensé que me volvía loca, tú me escribías cartas que ni siquiera tenía el valor de abrir. Yo no volví a escribirte. Confiaba en que con el paso del tiempo dejaría de recibir noticias tuyas. No me equivoqué. Las cartas se espaciaron hasta que cesaron. Imaginé que tras la tormenta había llegado la calma, que por fin estabas en paz, que por fin podías emprender un nuevo camino en el que yo solo era una sombra más. Sonreí y lloré a la vez. Sonreí por tí, por tu felicidad donde quiera que estuvieses. Lloré por mí, por ser cobarde.

Ahora mis días se acaban, días vacíos desde que te fuiste. Viví de tu recuerdo hasta que la soledad se instaló en mi pecho también. Mi piel se arrugó, esa piel donde solo tus labios dejaron su rastro, donde solo tus dedos dibujaron sonrisas. Ahora mi corazón se apaga, un corazón que latió por y para tí durante toda mi vida. Solo deseo no haberme equivocado y si lo hice que algún día me perdones.

Siempre tuya."

Termina de escribir la carta con dificultad, la dobla despacio, como queriendo conservar la calidez de sus palabras. Las lágrimas han desaparecido de sus ojos pero en su cara quedan los surcos que dejaron tiempo atrás. Abre el cajón de su escritorio y saca una pequeña caja de latón. La destapa con cuidado. Dentro encuentra todas las cartas que recibió, algunas abiertas, otras sin abrir. Coloca la suya también después de llevarsela a los labios y darle un beso. Cierra la caja de latón y la guarda en el mismo sitio del que salió. Quizá, algún día, alguien la encuentre, quizá, algún día, haya alguien que consiga entenderla.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Otoño

"Acaba otro día como otro. Conduces entre la marea, divagando con la radio encendida. La escuchas a ratos cuando sale algo interesante o pegadizo. Al principio miras al frente, el resto del tiempo te entretienes con los coches, después se vuelve aburrido. Mucho tráfico. Te fijas sin querer en los conductores que te rodean. Gafas de sol, pulseras y pelo recogido ellas, gafas de sol y brazo apoyado en la ventanilla ellos. Cambian los colores de la ropa, cortada con el mismo patrón en casi la misma talla. Te miras y de repente sientes que algo no va, que no encajas. No respondes al  patrón, ni siquiera a los gustos. Te sientes como una hoja que ha nacido en un árbol equivocado que lleva toda la vida pensando que pertenece a ese lugar. Todos tan iguales y tú tan diferente. 

Los coches siguen pasando, hormigas que van juntas en una misma dirección. Hasta los colores, las formas, las marcas son prácticamente los mismos. La hoja se agita, se siente incómoda, quiere salir de ese mundo que no le pertenece, quiere volar, encontrar su sitio. Aminoras la marcha y te desvías a una carretera secundaria. El tráfico va disminuyendo conforme avanzas, el viento empieza a soplar fuerte en una misma dirección. Sin saber como, la hoja se encuentra flotando en el aire mecida por el viento. No sabe donde la llevará pero tampoco le importa. Frenas para tomar un nuevo desvío pero al poco te das cuenta de que no era ese el que tenías que coger. Buscas un lugar para dar la vuelta y sales a la carretera principal otra vez. Buscas otra salida y te desvías. Es prácticamente igual al anterior, mismas casas, misma gente. Te equivocas por segunda vez. El viento disminuye y la hoja empieza a caer. Quizá no se había planteado esa posibilidad y empieza a tener miedo. Miedo a lo desconocido, miedo a volver a no encajar. Lucha con todas sus fuerzas por no perder el vuelo, por mantenerse en el aire, pero es imposible. Todo lo que sube tiene que caer. 

Otra vez en la carretera principal. Debes admitir que te has perdido, que ya no sabes ni donde estás ni hacia donde vas. El miedo se asoma a tus ojos, oteando el camino y bloqueando tu mente. La desesperación acelera tu corazón y la soledad pega tu pie al acelerador. Mal tiempo, velocidad y miedo se combinan con una curva con poca visibilidad. El camino y el coche no siguen la misma trayectoria. El camino sigue, el coche cae por un terraplén hasta chocar frontalmente con una roca. La hoja inevitablemente acaba cayendo sin un viento que la lleve. Acaba en el suelo de otro bosque, sin rastro del árbol de donde salió. Se acurruca contra otras hojas que se acumulan en el suelo, allí no se siente diferente al resto. Quizá esta vez, haya encontrado su sitio."