lunes, 11 de marzo de 2013

CuentaCuentos: "A esas horas de la mañana no tenía paciencia para nadie, normal que terminase con un cuchillo entre pecho y espalda”

A esas horas de la mañana no tenía paciencia para nadie, normal que terminase con un cuchillo entre pecho y espalda. Y eso que he de reconocer que el día empezó tranquilo, con una sonrisa, como había acabado la noche anterior. Las últimas noches para ser sincera habían acabado todas en una sonrisa, a ratos picarona, a ratos de complicidad, a ratos simplemente de felicidad. Felicidad al oírte hablar, al verte sonreír de nuevo, después de tanto tiempo, después de tanto tropezar una y otra vez. Ser una polea y ayudarte a levantarte siempre era duro pero siempre compensaba, con cada sonrisa, con cada palabra, a veces una sola mirada bastaba para hacerme sonreír, para hacerme recordar.

Pero volviendo a la mañana en cuestión, amaneció nublado, de esos días en los que no sabes si se va a despejar o si por el contrario va a acabar diluviando, con lo cual decidirse por algo de ropa que ponerse siempre es complicado. Abrí mi armario y aposté por algo cómodo, en mi línea, unos vaqueros y una camiseta de manga corta de colores. Por encima un jersey de manga larga por si el día se decidía a refrescar y unos botines por si al final decidía llover. Rebusqué entre las miles de cosas que almaceno en mi silla hasta encontrar mi bolso, un rápido vistazo a su interior para comprobar que estaba todo y a comerme el día. Nada más salir al girar la llave escucho un crack y me da un microinfarto. Cuando vuelve a latirme el corazón compruebo que se ha partido la llave y se ha quedado la mitad en mi mano y la otra mitad dentro de la cerradura. "Bueno, al menos así estoy segura de que no van a entrar a robarme" pienso, intentando ver el lado positivo de la situación. Consigo avanzar hasta el ascensor, le doy al  botón y espero. Espero, espero y espero y podía haber seguido esperando de no ser porque la vecina salía de su casa a esa misma hora y me dijo que estaba estropeado. Un "genial" pasa por mi mente pero no por mucho tiempo, vuelo por las escaleras sin querer mirar la hora y rezando para que el autobús llegue tarde como todos los días. Salgo del portal casi sin aliento y me dirijo hacia la parada del autobús. Para mi sorpresa descubro, demasiado tarde, que había estado lloviendo durante toda la noche y que aún quedan charcos a los lados de la carretera, y digo demasiado tarde porque con las prisas voy pegada al bordillo y un coche pasa demasiado cerca y demasiado rápido, mojándome los pantalones y la mitad izquierda del jersey. Sin tiempo para maldecir a nadie veo como el autobús llega a mi parada y pasa de largo ya que no hay nadie esperándolo. Llegados a este punto de mi sonrisa solo queda un mal esbozo y encima mojado.

Quince minutos de espera después consigo subirme a otro autobús que con suerte me llevará al trabajo y digo con suerte porque no es normal como chirrían las bisagras de la puerta, ni como se mueven los asideros de ambos lados de los asientos, ni siquiera que sea capaz de entrar tantísima gente en tan poco espacio. Semi mareada por la falta de oxígeno me bajo un par de paradas antes y sigo andando esperando así recuperar las dosis de paciencia que he ido perdiendo por el camino. Nada más lejos de la realidad, nada más bajarme meto el pie en un nuevo charco y descubro que debí haber tirado esos botines hace tiempo y que el agua del charco además de sucia está fría. Recojo la poca dignidad que me queda y sigo andando. Al poco levanto la vista y te veo al otro lado de la acera, apoyado en un coche. Pienso que por fin mi día se va a arreglar y levanto la mano para saludarte en el mismo momento que me doy cuenta de que no estás solo, con lo cual vuelvo a bajar la mano, no quiero interrumpir. La curiosidad hace que en vez de seguir caminando me detenga y mire mejor. No puede ser, ya lo que me faltaba para terminar de mejorar el día. Ella. ¿Cómo puedes estar hablando con ella? ¿No ha tenido ya bastante? ¿No has tenido ya bastante? Me bloqueo, mis piernas no responden, simplemente me quedo anclada a la acera, el mundo se detiene, se que estoy estorbando porque la gente que pasa a mi lado me roza intentando que me aparte, pero sin conseguirlo. Me convierto en un tentetieso de esos, chocando con la gente pero incapaz de levantar los pies del suelo. Mis ojos no dan crédito, la estás abrazando. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No entiendo nada y me estoy ofuscando, así que de un momento a otro voy a entender menos. El abrazo más largo del mundo, ¿es que no va a acabar nunca? El abrazo acaba pero no la sueltas, resbalas tu mano por su brazo hasta la suya y la coges. La coges de la mano y sonríes.

La cabeza me da vueltas, muchas vueltas, tengo que estar soñando, debe ser eso, pero siento el pie todavía mojado así que debe ser que no, que estoy despierta. Sigues con tu mano unida a la suya, habláis, reís, tiras de ella hacia ti suavemente, como a cámara lenta y la besas. Ahora si que me mareo, tanto que creo que me voy a caer al suelo, tanto que tengo que apartar la vista, esto duele, duele demasiado, que innecesario, doy un par de pasos y me apoyo a lo primero que encuentro. Intento respirar, intento calmarme, pero no puedo, las ideas se atropellan en mi cabeza, sigo viendo como la besas y como sonríes y ya no se si lo estoy volviendo a recordar en mi cabeza o si es que la estás besando de nuevo. Tantas noches sin dormir, tantas palabras gastadas, medidas, marcadas, para ayudarte a olvidar, a vivir, ¿dónde quedaron? El corazón se me va a salir del pecho y no tengo claro si es de rabia, de incertidumbre, de sorpresa, de celos, de odio, o de qué. Por fin os separáis, ella entra a trabajar y tú avanzas por la acera con una sonrisa bien visible en los labios. Por un momento pienso en esconderme para que no me veas, pero luego recapacito, en tu estado aunque me chocara contigo serías incapaz de reconocerme así que ni siquiera me molesto en disimular que te sigo con la mirada. Me voy cabreando a cada paso que das, mis latidos suenan como tambores de guerra que anuncian la batalla, no me hace falta más para cruzar la calle corriendo y caminar en dirección contraria a la tuya. Cuando estoy en la puerta de la cafetería hecho un vistazo rápido al coche donde has estado sentado minutos antes y me duele, "voy a hacerlo por ti, algún día me lo agradecerás". Abro la puerta y la busco con la mirada. Ardo por dentro y por fuera, cegada por la ira, hasta que la encuentro. Nuestras miradas se cruzan y no hace falta nada más. La chispa enciende la llama y nos abalanzamos la una sobre la otra, las palabras sobran y las manos no son suficientes. En un descuido encuentro un objeto punzante, me da igual que es, no lo pienso, solo actúo y lo clavo, gritos, sangre y dolor a partes iguales. La gente que se agolpa al rededor de nosotras consigue separarnos pero ya es tarde. Me doy la vuelta dejándola en el suelo y salgo sin mirar atrás. ¿Por qué me duele tanto? ¿Por qué me arde el pecho? No puedo pensar, no puedo respirar, no puedo. Dos pasos más y me desplomo en la acera, al lado del coche donde el destino quiso que te sentaras a besarla. Me duele, me palpo el pecho y descubro que la sangre mana a borbotones de él. No vale la pena intentar parar la hemorragia, demasiada sangre, cierro los ojos y sonrío. Evidentemente el día no podía terminar de otra manera, mi último pensamiento eres tú y mis últimas palabras también son para ti: "Sé feliz"




Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

2 comentarios:

  1. Es curioso como el día puede estar lleno de "putadas" que ninguna será superior a ver a "esa persona" con otra/o.

    Nadie debería morir por amor...y sin embargo, ya ves. Ahí estás tirada en la acera desangrándote.

    Visual, muy visual. Un beso.

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  2. Gran relato! como la narración nos lleva desde el humor de la mala suerte ajena, pasando por los tentáculos del amor, al inesperado final, donde la muerte acaba con su dolor, con la comedia, con ella, pero no con lo absurdo que seguirá matando en nombre del amor.

    Un abbraccio!

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