lunes, 22 de abril de 2013

CuentaCuentos: “No le gustó lo que vio en el espejo.”

No le gustó lo que vio en el espejo. Se quedó mirándolo como ausente, triste. Se había comprado un espejo nuevo, de esos en los que se ve uno de cuerpo entero, de esos que se apoyan en el suelo y había quitado el que tenía antes, un típico espejo de baño que solo le permitía verse la cara y poco más, pero al mirarse en él nada había cambiado. Un espejo solo refleja, no hace que el reflejo mejore, ni siquiera la percepción del mismo. Se podría decir que incluso había empeorado, ahora se veía por entero. Estaba desnuda frente a él, con los brazos colgando a los lados de su cuerpo. Suspiró y empezó el análisis otro día más. 

Tenía los ojos grandes, demasiado grandes, y rojos, pero eso no importaba, mofletes, tenía demasiados mofletes, si, eso era lo importante, demasiado redondos, esponjosos. Los labios eran gordos, tan gordos que parecía que estuvieran a punto de reventar. ¿Quién iba a querer besar esos labios? Nadie. Papada, tenía papada, carne colgante informe debajo de su barbilla. Tanta que se dio asco a si misma. Apartó la mirada del espejo. No. Tenía que seguir, sino no iba a conseguirlo nunca. Volvió a su papada y contuvo sus nauseas. Bajó su mirada por su cuello hasta sus hombros, resbalando por su antebrazo y llegando a sus manos. Siguió el recorrido de sus manos con su mirada hasta que éstas estuvieron alineadas con sus hombros, formando una cruz. La tristeza invadió por completo su rostro al ver como colgaba la carne de sus antebrazos formando olas de grasa en el mar de su brazo. Volvió a ponerlos en la posición inicial, así no parecían tan deformes, aunque lo eran. Sus manos acababan en unos dedos cortos y rechonchos que parecían salchichas embutidas para perros. 

Continuó por sus pechos, demasiado grandes, caídos, que se apoyaban en su tremenda barriga, por no hablar de las mollas que caían a ambos lados de su inexistente cintura. Gorda, estaba gorda. ¿Quién iba a querer estar con alguien así? Nadie. Parecía un tonel, un tonel que continuaba en sus pantorrillas, gordas y grandes, que parecía que se superponían la una en la otra dando la sensación de que eran una sola en vez de dos piernas separadas. Sus pies eran feos y deformes. Nada de ella misma le gustaba. 

Alargó su brazo hacia el cajón del mueble del baño intentando no fijarse en la carne que colgaba de ellos y cogió un metro y una libreta pequeñita. Dejó la libreta sobre el mueble y desenrolló el metro. Rodeó su inexistente cintura hasta que estuvo segura de que el número que marcaba se correspondía con la medida real. 39,5 cm. Las lágrimas empezaron a resvalar por sus mejillas. Gorda, todavía estaba gorda. Midió sus caderas. 52,7 cm. Apuntaba cada medición en su pequeña libreta, comparando los resultados con el día anterior. Continuó con su antebrazo. 15,2 cm. Y sus muslos. 19,4 cm. Ahora le tocaba enfrentarse a la báscula. La encendió y se subió a ella. 39,95 Kg. Se cubrió la cara con las manos y rompió a llorar desconsoladamente. No había conseguido bajar ni un solo gramo desde el día anterior. La sensación le produjo arcadas. Vomitó todo lo que había desayunado, no había sido mucho, una magdalena y un vaso de leche, pero era necesario hacerlo, tenía que adelgazar como fuera, estaba gorda. Tras vomitar volvió a pesarse. 39, 32 Kg. Mejor, aunque no lo suficiente. 

Recogió sus cosas del baño, se lavó la cara, sus estúpidos mofletes seguían ahí, como sus mollas y su grasa. 




Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

3 comentarios:

  1. Un relato duro que sin embargo está a la orden del día. No sé en qué clase de sociedad vivimos que se le ha dado más importancia a lo de fuera que a lo dentro, provocando que la gente haga auténticas barbaridades y se crea cosas que no son.

    Me dejó cierto nudo en el estómago, pero es un relato necesario.

    Abrazos.

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  2. Gran relato, y como bien dice Oski necesario, sobre todo para abrir los ojos a una sociedad, la misma que hizo que una niña de 14 años se suicidara por la burla de sus ¿? compañeros. Burla, acoso, desprecio, qué mas da como llamarlo. Necesario no por los kilos, gramos, carne, grasa o cuerpo, sino necesario por esas lágrimas, ese dolor, necesario porque la aberración no está en ningún espejo sino es la propia sociedad que genera ese sufrimiento.

    Un abrazo!

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  3. Y yo que me imaginaba que de verdad estaba gorda... Está claro que uno no ha de enfrentarse a la mirada escrutadora de un espejo si tiene baja autoestima. Me ha sorprendido y has conseguido mantenerme engañada hasta el final. Formidable la frase: "olas de grasa en el mar de su brazo".

    Un abrazo.

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