lunes, 15 de abril de 2013

CuentaCuentos: “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos.”

Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. Aquí estoy, tumbado en esta cama de hospital. En mi último aliento. Respiro enganchado a una máquina que me suministra la mezcla de oxígeno y demás cosas, necesaria para sobrevivir un segundo más. Mi corazón está monitorizado las 24 horas del día. Está débil, tan débil como yo. Llevo aquí los últimos dos años de mi vida. Se ha abierto la puerta, será alguna enfermera. Las enfermeras son las únicas que me visitan y me dan algo de conversación. Me asean, me dan de comer a veces, otras me enganchan la comida directamente de la máquina, mi intestino está tan viejo como yo y a veces no funciona como tendría que funcionar. La puerta no se ha cerrado todavía, que raro. Me incorporo con bastante dificultad y muy lentamente ayudado por el mando que hace que una parte de mi cama se levante. Mi respiración se acelera, al igual que mi corazón cada vez que hago algún movimiento no previsto que requiere más concentración de la habitual. Descanso por un momento hasta recobrar la calma. Cuando me sereno abro los ojos y los veo. Al rededor de mi cama están mis yos el pasado. A mi izquierda mi yo con 10 años, seguido de mi yo de 18. Tras él mi yo de 23, mi yo de 30. A los pies de mi cama me encuentro con mi yo de 42, más a la derecha mi yo de 50, mi yo de 64, mi yo de 71 y a mi izquierda, cerrando el semicirculo mi yo de 89. Vienen a pedirme cuentas, mi hora se acerca. Vuelvo a cerrar los ojos un instante. Se que cuando los abra no habrá vuelta atrás. Los abro.

Toma la palabra mi yo de 42.
- Sabes porqué estamos aquí - asiento - en ese caso empecemos.

Miro a mi yo de 10 años y sin dudarlo empieza a hablar. 
- Por tu culpa papá y mamá se peleaban continuamente, no sabes nada, no sabes obedecer, ni siquieras sabes cuando cerrar la boca y hacer caso, solo es eso, tenías que hacer las cosas que te mandaban, un poco de educación y todo se hubiese solucionado, pero no, tú siempre tienes que llevar la razón, siempre, hasta cuando no la llevas. Tenías que haberte quedado con mamá, ella te quería. Pero papá era más guay, nunca te regañaba, siempre te dejaba hacer lo que querías, eso solo era porque no le importabas, solo te utilizaba para hacerle daño a mamá, pero tú no podías pararte a pensar, tú solo pensabas en tus amigos, en la calle, estudiar te parecía una mierda y aquí el único mierda eres tú.

Respiro profundamente tras recibir el primer golpe, esto va a ser duro y solo acabamos de empezar.
El siguiente. Mi yo de 18.
- Te pasas todo el día en la calle, drogándote. Te crees el rey del barrio y en verdad das pena. Te pasas con la coca, con los porros, pero a ti no te va a pasar nada, a ti te da todo igual, no tienes trabajo ni dinero para pagarte la droga así que robas. Le robas hasta a las ancianas que van a hacer la compra al supermercado, todo vale para calmar el mono. Te follas cualquier cosa que se mueva, suerte tuviste de no pillar nada raro, aunque para seguir viviendo así mejor hubiera sido que lo pillaras.


Le toca el turno a mi yo de 23.
- Tienes un accidente que casi te cuesta la vida. Eso te hace reaccionar, más vale tarde que nunca. Dejas las drogas y decides retomar los estudios, lo básico para sacarte un módulo. Te centras. Cada vez vas sintiéndote mejor. Tanto que hasta te enamoras. Conoces a miles de personas y no causan ningún efecto en ti y conoces a una sola y te cambia la vida. Ella. Llega a tu vida y la completa, piensas que es la persona que estabas esperando, que es tu mitad, tu alma gemela y una vez más te equivocas. Vas de droga en droga, primero la coca y ahora el amor, siempre ciego.

Ella, su solo recuerdo me hace estremecer todavía. Mi corazón se resiente del golpe, late taquicárdico, a empujones.
Mi yo de 30.
- Desde que ella te deja no levantas cabeza, eres imbécil. Desperdicias los mejores años de tu vida. Estás a punto de dejar el módulo que tanto trabajo y esfuerzo te había llevado conseguir. Todo por ella. Todavía no consigo comprender que clase de hechizo te hizo porque tu comportamiento no puede justificarse de otra forma. En esa época perdiste a gente marvillosa, perdiste a gente que de verdad te quería y se preocupaba por ti. Entre ellos a tu mitad, la de verdad. Esa que estaba hecha para ti. Pero estabas tan ocupado destruyéndote a ti mismo que ni siquiera la viste. Y se fue como se van las cosas, la historia hubiera cambiado, el destino te auguraba un futuro feliz a su lado, sonrisas, felicidad, niños a los que criar. Pero mírate, estás solo. Todo llega y todo pasa si no sabes aprovecharlo. Eres un fracasado.

Llegamos a la mitad, a los pies de la cama mi yo de 42 me atraviesa con la mirada, no me quedan fuerzas para seguir así mucho tiempo.
- Sigues arrastrándote en la vida. Te llega una gran oportunidad en el trabajo y estás a punto de perderla. Estás a punto de perderlo todo. No te das cuenta de todas las oportunidades que te da el destino para que cambies de actitud, para que te valores, para que empieces de nuevo, para que salgas a la superficie y dejes de ahogarte. Te abandonas. Hasta que no te ves mendigando no reaccionas. Más vale tarde que nunca supongo, aunque la mitad de tu vida está ya perdida sin remedio.

Me paro a pensar, es cierto, malgasté un tiempo tan valioso, ahora lo se y me arrepiento pero ya nada puedo hacer para cambiar las cosas. Que caprichosa es la vida, cuando aún podía cambiarlas no quería y ahora que ya no puedo hacer nada es cuando quiero.
Mi yo de los 50 va a comenzar a hablar.
- No tuviste la crisis de los 50 porque básicamente llevabas toda la vida en crisis. Quizá te vino bien tomar perspectiva, ver que llegabas a la mitad del camino y que no tenías absolutamente nada. Eso hizo que empezaras a tomarte en serio tu trabajo. La vida te dio una oportunidad que sinceramente no merecías. Te pusiste las pilas pero ya era demasiado tarde.

Mi yo de 64 tomó la palabra.
- Llegaba la edad de jubilación pero no podías permitirte el lujo de dejar tu trabajo. Tu vista se resentía cada vez más, en la empresa necesitaban gente joven, pero solo tenías ese sustento. Conseguiste un par de años más de compasión pero la savia nueva debía sustituir a la antigua y acabaste en la calle. Solo. Buscaste a la desesperada lo que fuera para ganarte la vida y acabaste enganchado a una máquina tragaperras que te quitaba la vida además del dinero. Ni pedías ayuda ni te dejabas ayudar. Volviste a perder el tiempo, ese tiempo que nunca regresa.

Es cierto, todo era cierto, malgasté la vida haciendo todo aquello que no debí, pero la vida no viene con instrucciones, no te adjuntan un archivo al nacer, ni siquiera aunque estés haciendo las cosas bien tienes certeza de que así sea. Dos más, solo dos reproches más.
Esta vez el turno fue para mi yo de 71.
- Apenas eres consciente de la vida que has desperdiciado. Te arrastras ante cualquier persona que quiera darle una limosna a un pobre desgraciado. Todavía hay gente que se apiada de ti y te da algo de comer. Malcomes, malduermes, malvives. La sonrisa desapareció de tu rostro muchos años atrás, todo por Ella. ¿De verdad valió la pena? Debes reconocer que no, por ti y por todos los que estamos aquí hoy.

Diciendo esto pasó el turno al siguiente.
- A los 89 una ambulancia te recogió de la calle medio muerto y desde ese día estás enchufado a esa máquina. Dos años han pasado ya de aquello. Cada latido de tu débil corazón es registrado, cada bocanada de aire que llega a tus pulmones es programada. Apenas eres capaz de hablar. Apenas te mueves. Hoy venimos a pedirte explicaciones antes de que mueras. Venimos a eneñarte lo que no supiste hacer, vivir. Estos serán tus últimos pensamientos, no los desaproveches también.

Tenían razón, todo lo que se había dicho en esa habitación era cierto. He desaprovechado mi vida. Ahora lo veo, pero antes no era capaz de verlo. Nos pasamos la vida arrepintiéndonos de nuestras decisiones del pasado, cuando eso ya no importa en el presente y lo único que conseguimos es perder nuestro futuro. Si tuviera otra oportunidad haría las cosas de otra manera. Pero vida solo hay una y la mia se está acabando. Lo noto. Estoy cansado. Mi corazón late cada vez más lento. Me pesa todo el cuerpo. Mi respiración es más pausada. El momento se acerca. Pronto. Todo pasa y todo llega, la vida, también llega a su fin. Todos se cogieron de la mano, mi yo de 89 cogió mi mano derecha y mi yo de 10 hizo lo propio con la izquierda. Al fin pude descansar en paz. El ciclo de la vida se había cerrado.







Todo esto y más, gracias al CuentaCuentos

1 comentario:

  1. Muy hermoso!
    es cierto, las personas estamos acostumbradas a reprocharnos sobre los hechos del pasado cuando lo que de verdad importa es el ahora.
    Una historia con una reflexion muy bella. Te felicito!

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